Era su boca la que sabía besar, era su cuerpo el que sabía dar calor al mío, era esa forma de tomarme la mano y dormir sobre mi pecho la que la volvía necesaria para mí. Ella era el mundo y yo su sol, en algún momento caminamos en lugar de tomar el transporte público, sólo para aferrarnos por más tiempo juntos, en alguno de esos días fue cuando decidimos vivir dormidos sin saber lo mucho que dolería despertar.
Esto lo cuento porque la noción del verano en sus ojos casi desaparece de mi mente, ya no retengo con certeza el sabor de sus labios y casi no duermo en el olvido de su nombre. La forma de su cabello contra la caricia del viento era un épico baile que enamoraba a quien lo veía. La melodía de su voz que casi se esfuma como lenta acaba la espuma de un cappucino, es cada vez menos insistente en mis pocos sueños.
Verla no puedo, amarla no puedo, tenerla no puedo y buscarla me da miedo. Ella en cambio, verme no quiere, amarme no quiere, tenerme no quiere y encontrarme le da miedo.
Enfermarme de ella no debo, caer en el vicio de obsesionarme tampoco; por ser yo el fanático que arde tras su recuerdo, soy quien mejor sufre y quien mejor agoniza. Pero me harté de ser víctima, hasta detesto el refugio de alejarla con mi cotidianidad y enfrentarla en mis cartas. He sido sincero pero no lo he gritado, por eso hoy hice algo distinto.
Le falté el respeto cuando tuve la oportunidad de ganarme su futuro, hoy encontré en mí el daño con el que siempre la ataqué. Le permití antes a mi alma limpiar el odio que me tenía, renuncié a mis ironías y me lancé intrépido y apasionado al tiempo perdido. Recorté en papel la lista de promesas sin cumplir que debí amarrar al anillo cuando la enamoré. Era una lista larga de imprevistos, de situaciones adversas y divertidas que me la traerían de vuelta; esas son cosas sencillas, bellos detalles que se leen entre nostalgia y sonrisas. Leyéndola me encontraba frente al espejo de la ventana de mi cuarto, de pronto el impulso de romperla me entró tras una rápida visa. Pero luego intuí con el primer arrugo del papel entre mi puño, que yo era el del problema, que siempre leía y comprendía todo con la prisa de la primera vez.
Con temor desdoblé el papel, no me lamenté de apretarla, me lamenté de mi mismo. Decidí cambiar todo en mí, todo para acercarme más a la persona de la que se enamoró ella. Me entretuve en cada palabra escrita, la dibujé en mi mente, saqué una esquiva mirada al reflejo de esa ventana y sabía que lo que prepararía no me haría feliz, pero la podría hacer feliz a ella.
Cumplí primero conmigo, me tocaba cumplir ahora con ella. Compré una docena de tulipanes, rápidamente cambié de opinión, eran 5 los años que llevaba sin verla así que preferí deshacerme de 7 flores ofreciéndoselas a una extraña. Mi itinerario me llevó después a solicitar aquellos boletos de viaje a París, tenía suerte de tener contactos que pudiesen ofrecerme tal cosa, un par de llamadas y era obvio que el favor lo di por hecho. Me faltaba algo, quizá eran aquellas libretas empolvadas y de paso aquel poemario que no deseaba entregar más que a ella desde hacia tres inviernos. Ese seco aire de abril no me dejaba pensar claro, faltaba algo aún, algo que todavía la hiciera más mía.
Retomé la hoja, la leía y sabía que me faltaba, un anillo, el compromiso hecho joya, una moneda sin cara ni escudo, el azar de ser cómplice de un amor que se jura hasta el final. Tenía nula la idea del lugar para conseguirlo, y estaba en blanco el borrador que tenía del estilo adecuado para el reencuentro que duraría toda la vida, (al menos eso esperaba y no menos).
Son tantas cosas por hacer, pensar en un anillo no es relevante me repetía mientras meditaba en conseguirlo con mucha más euforia. No quería detener la alegría de ese día, aunque fuera casi de noche, un amor así no debe haberla cambiado a pesar de mi ausencia. Pero tanto buscar me cobró factura: lo encontré.
Era una vieja relojería, ubicada en la profundidad de un centro comercial sin comercios abiertos. Fue propicio decidirme por él, el color de su piedra era un centro de enigmas, parecía negro, se observaba claramente azul y rayaba en lo verde con más detenimiento. Por fin oscureció, olvidé los gastos en una mujer luego de tanto reniego a mi economía y fallé a favor de Hipnos esperando el letargo de Morfeo sobre mi cama...
...No hubo mañana que celebrar, ni cianuro que sufrir. Todo era un lento aire en la cara que no enfriaba ni alentaba al calor. Yo nunca llegué a la cita de mi feliz amor, ni estacioné frente a la casa de esa bella mujer. Me quedé dormido sin poder despertar. Me sentí enfermo de no poder reaccionar.
No supe nada del sepultural fenómeno natural, ¿cómo iba a adivinar que antes de visitarla para que dejara todo por mí, la gentil mano de Tánatos, se llevaría de mi vida todo su porvenir?
Dejé para mi siguiente sueño la idea de mis promesas por fin cumplir. Acá en el halo del Limbo sólo mi nombre se escuchó, y que bajo los escombros del terremoto mi cuerpo se encontró. Que fui un poeta reprimido se anunció y que el tiempo, joven me reclamó al cielo. Si vieran que en este cielo no se descansa feliz, no le llamarían cielo, se llama pecado y por pecador contra la mujer de mi mejor amigo, éste infeliz este relato nunca escribió...
Cumplí primero conmigo, me tocaba cumplir ahora con ella. Compré una docena de tulipanes, rápidamente cambié de opinión, eran 5 los años que llevaba sin verla así que preferí deshacerme de 7 flores ofreciéndoselas a una extraña. Mi itinerario me llevó después a solicitar aquellos boletos de viaje a París, tenía suerte de tener contactos que pudiesen ofrecerme tal cosa, un par de llamadas y era obvio que el favor lo di por hecho. Me faltaba algo, quizá eran aquellas libretas empolvadas y de paso aquel poemario que no deseaba entregar más que a ella desde hacia tres inviernos. Ese seco aire de abril no me dejaba pensar claro, faltaba algo aún, algo que todavía la hiciera más mía.
Retomé la hoja, la leía y sabía que me faltaba, un anillo, el compromiso hecho joya, una moneda sin cara ni escudo, el azar de ser cómplice de un amor que se jura hasta el final. Tenía nula la idea del lugar para conseguirlo, y estaba en blanco el borrador que tenía del estilo adecuado para el reencuentro que duraría toda la vida, (al menos eso esperaba y no menos).
Son tantas cosas por hacer, pensar en un anillo no es relevante me repetía mientras meditaba en conseguirlo con mucha más euforia. No quería detener la alegría de ese día, aunque fuera casi de noche, un amor así no debe haberla cambiado a pesar de mi ausencia. Pero tanto buscar me cobró factura: lo encontré.
Era una vieja relojería, ubicada en la profundidad de un centro comercial sin comercios abiertos. Fue propicio decidirme por él, el color de su piedra era un centro de enigmas, parecía negro, se observaba claramente azul y rayaba en lo verde con más detenimiento. Por fin oscureció, olvidé los gastos en una mujer luego de tanto reniego a mi economía y fallé a favor de Hipnos esperando el letargo de Morfeo sobre mi cama...
...No hubo mañana que celebrar, ni cianuro que sufrir. Todo era un lento aire en la cara que no enfriaba ni alentaba al calor. Yo nunca llegué a la cita de mi feliz amor, ni estacioné frente a la casa de esa bella mujer. Me quedé dormido sin poder despertar. Me sentí enfermo de no poder reaccionar.
No supe nada del sepultural fenómeno natural, ¿cómo iba a adivinar que antes de visitarla para que dejara todo por mí, la gentil mano de Tánatos, se llevaría de mi vida todo su porvenir?
Dejé para mi siguiente sueño la idea de mis promesas por fin cumplir. Acá en el halo del Limbo sólo mi nombre se escuchó, y que bajo los escombros del terremoto mi cuerpo se encontró. Que fui un poeta reprimido se anunció y que el tiempo, joven me reclamó al cielo. Si vieran que en este cielo no se descansa feliz, no le llamarían cielo, se llama pecado y por pecador contra la mujer de mi mejor amigo, éste infeliz este relato nunca escribió...