domingo, 29 de septiembre de 2013

La contemplativa

Ella es una mujer hecha virgen sin pedirlo, una constelación con caricias adornando sus florecidas estrellas, es el vivo conjunto aromático de virtudes que descansan en su rutina de trabajo.

Todos acuden a ella, por ser mujer, algunos; por ser soltera, otros; por ser mujer, muy pocas; por ser amiga, nadie. Ella es el principio de las conversaciones de envidia y de lujuria, pero pone más caso a asegurar ser el final de cada tema en la oficina como en la calle, quizá por fama o por poder y alguno pensará que por sexo.

No tiene familia porque no la desea cerca, no tiene amor porque le sobra, no tiene lo que otra doncella en su lugar tendría ni lo que a su edad una mujer acostumbra reprocharse. Tal vez es la falta de tiempo o el inicuo suspiro de lo hondo del alma, que, como reloj suizo, apunta a la extinción de sus milagros en suelo y cama.

Se siente consagrada con la admiración de cada hombre que sin buscar la encuentra o que por encontrarla se pierde. Pero no capta la única esencia que de verdad le completa la boca y la existencia, debe ser porque el que amó aún la engaña o porque sigue engañada creyendo que jamás lo ha perdido.

Nunca se sabe más en su caminar, que esta dama de manto estrellado llama al llanto con súplicas para interceder por el gozo carnal de un hombre, así como para prostituir el calor de cada vela que le avientan los ánimos femeninos, por cada ser que no se atrevió nunca a volver, de la piel incendiaria que ella les prometía.

Ella siempre calla el aire que se cuela en las paredes de su religión, porque de hablar más en cada reunión, sabría su jefe la ignorante secretaria que contrató para darle a sus ojos placentera diversión. Mejor callada que delatada, porque el aburrimiento la mata y la falda la siente, más que la rendición de cuentas, pasada de larga.

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