miércoles, 12 de febrero de 2020

Un Hijo De Otro Adelantado

Narración para jóvenes que se van de sus casas,
huyendo de sus familias para ordenar la cabeza
y desordenarse las hormonas.


Gerardo Samper o Geri para los amigos (tanto con pronunciación propia del yeísmo, como de la “ge”, jamás con pronunciación de "gue"). Era un chico normal hasta que aterrizó de sus vacaciones de medio año a suelo sagrado del instituto público donde cursaba su segundo básico.

El pobre Geri sabía solo lo suficiente para vivir tranquilo tras su razón de existir, era hijo de un excéntrico español que lo abandonó a él y a su madre. Estos extranjeros permanecen haciendo doble vida en paisitos como el nuestro, lejos de su casa se vuelven padres, panaderos, fuentes de ingreso, acentos curiosos, lavacarros con encanto a Hollywood en la sonrisa hedionda a guaro de días festivos y noches bien efímeras. El buen Geri tenía unos ocho o nueve añitos cuando vio por última vez al todólogo de su padre, el gallardo neoconquistador ibérico, don Gerard Samper de los Vados; buen porte el del tipo, casi le heredó su castaño claro y la buena altura, pero su arrastra sílabas catalán se le escapó a la genética, ¡puta deuda de vida, vago problema!

De la madre de Geri no había mucho por decir antes de aquella mañana. María Eugenia Santos de Samper era el estereotipo de mamá soltera, eso sí, deseada y pretendida por su conservado y perfecto estado físico. Dama joven en relación al resto de madres del instituto del Geri. Era de suponerse que los profesores del Geri fantaseaban con la mamá del chamaco, incluso más que con la entrenadora del equipo de voleibol, una peliteñida con ascendencia rusa, rumana, checa o algo así. Nunca advirtieron que todos tendrían oportunidad de hurgar el cuerpo de la señora Samper en aquel día y los que estaban por venir; porque sí, ella conservó orgullosísima siempre el apellido de casada tan ibérico y falaz, como don Gerard mismo.

Entre lo desagradable del momento, Geri Samper no se recuerda muy bien como ocurrió aquello. Tras la caminata de treinta minutos que realizaba de casa al instituto, como habitualmente pasaba, se adentró en el corredor principal, perseguido por silencios rotundos, miradas penetrantes y sonrisas picaronas que le dedicaban sus compañeros varones, como en tono de complicidad. De pronto comenzaron los murmullos femeninos, mientras lo veían de reojo y, para rematar, las risas in crecendo como nudos bien atados a la sinfonía, primero las chicas y luego los chicos.

Estalló en algún momento y corrió hasta su salón, cerrando tras de sí la puerta y entrando precipitadamente. Pocas cabezas asomaron sobre el escritorio la vista, empezó otra ola de murmullos. Su amigo de toda la vida, el buen Marcos Sepúlveda, se acercó al nomás verlo aterrorizado y encerrándose del escándalo del pasillo. Sepúlveda lo vio primero con cautelosa curiosidad, pero sabía que no tenía caso entretener más el momento.

-Anda, Samper, ya te enteraste, ¿verdad?

-¿Enterarme de qué? –La cabeza le daba vueltas mientras pronunciaba aterrorizado aquellas palabras.

-Del descuido de tu mamá. –le comentó, Sepúlveda.

-Amigo, qué mal chiste, ¿de qué va esto?, no entiendo una mierda.

-Es que… míralo mejor. –Sepúlveda le acercaba a su vez la pantalla quebrada de su teléfono móvil con una reproducción de pornografía violenta.

-¿Y esto de qué putas va? –Geri, entre molesto y curioso, seguía con la vista esa bizarra escena explícita del revolcón, un épico polvo digno de las más grandes corporaciones de pornografía con premium membership, donde no importa en qué minuto lo reproduzcas, no deja de entretenerte.

-No le vayas a dar más volumen a esa mierda, Geri… solo atento y miralo vos mismo.

A Geri Samper le sonó a orden irrevocable lo que le dijo Sepúlveda y siguió la escena por unos segundos más hasta que distinguió algo en el hombro de la actriz porno que jadeaba y sudaba por la excitación del miembro masculino que se le introducía y sacaba en un ciclo sin fin. Ese tatuaje era el mismo diseño de alas de mariposita de su mamá y… ¿quién podría ser el héroe sin condón que explícitamente le daba el polvo de su vida a la buena señora de Samper?

Con unos segundos más de silente atención (y estupefacción) reconoció el rostro a medias de su padre; las sombras producto de la iluminación en la dirección del rodaje para adultos, no eran suficientemente explícitas, pero supo reconocerlo por su cabellera castaña característica.

El Geri se quedó idiotizado, los alumnos iban entrando uno a uno a espaldas de Samper y Sepúlveda mientras estos dos se colgaban con la boca abierta del video. Sin acercarse más, Marcos le pidió el teléfono de vuelta, esperando la reacción y la cara del Geri. Sin embargo, Samper agachó la cabeza y sin ver a nadie, chocando contra todos, se fue del salón, con la cara desencajada, pero, sobre todo, avergonzado.

Iba a salir del instituto, cuando el encargado de limpieza lo detuvo en el portón. La directora lo alcanzó a tomar del brazo antes que Geri se abalanzara a la calle tras forcejear con el conserje. La autoridad máxima del establecimiento sabía bien de qué iba todo el asunto y llevaba un buen rato buscando al Geri para abordarlo en una pequeña charla de “orientación”, sin saber bien qué jodidos decirle al puberto. Ahora el conserje cerraba bajo llave el ingreso principal a sus espaldas (y con la mente puesta en el cortometraje que le habían pasado desde tempranas horas), no obstante, Geri era consciente que el portón del parqueo estaba abierto al otro lado. Entonces se dejó conducir por la directora cabizbajo, la mujer le hablaba murmurando, como en rezo somnoliento, y al primer acercamiento a la cancha que tuvieron, el muchacho salió huyendo entre las porterías y los carros. Rabioso y descompuesto, lagrimando las calles, en dirección a su casa.

Muchos asumían que era por la vergüenza, pero en realidad Geri Samper lloraba por haberse encontrado con el rostro familiar de su progenitor. El supuesto catalán, el que los abandonó a su suerte en este terruño tropical bananero a él y a su madre. "El maldito con el olvido entre la maleta", se decía para sí mismo cada vez que pensaba en don Gerard. Sin comunicarse y sin dejar un solo centavo, se largó a tener nuevas esposas y nuevos hijos.

Mientras lloraba en mutis, el pequeño Geri, con catorce años de edad, sentía que ya no había nada por ver. De pronto, tenía dudas, buscó en su teléfono y al menos en tres grupos se lo habían compartido. Entonces lo vio, ahí estaba grabada la fecha que aparecía en la esquina inferior del video amateur de sus padres y a media cuadra de llegar a casa se detuvo en seco, sacando cuentas… ¡él era el producto de aquella filmación! Volvió a hacer números, no estaba seguro, si él había nacido en diciembre de ese año y el video era de marzo… ahora sí estaba seguro…

El Geri no volvió a su casa solo porque sí. Él sabía que si volvía rápidamente hallaría a su madre antes de que esta se marchara al trabajo de siempre. Y así ocurrió, entre sollozos y una rabia incontenible, el adolescente se enfrentó de cara a su progenitora temblando por lo ocurrido, entre tímido y desconcertado.

-Madre…

Para su sorpresa, la voz de María Eugenia estaba apacible y tal vez sabía qué decirle su niño en esa situación, su mente lo había procesado por años.

-Deberías estar en el instituto, Gerardito.

-Es que… todos en el insti… -se armó de valor y tras suspirar hondo dijo- madre, ¿soy el hijo de una porno?

-Sí, Geri. Vos sos producto del mejor polvo que me he dado en toda la vida. –El tono relajado de la señora María Eugenia, tranquilizaba e inquietaba a su hijo a la vez y esta le increpó -A ver, contame, ¿cómo lo supiste?

-Todos en el insti… -sollozaba de pena, mientras trataba de responder- todos pues… me veían al entrar y…

-Bueno, tarde o temprano pasaría, Gerardito. Mirá tu papá y yo éramos jóvenes, y sí, sos producto del video y yo no tengo problema con ser reconocida como actriz porno, de hecho, tu papá se empezó a dedicar a la industria y mirá que no le ha ido nada mal, mijito.

La cara del Geri se ensombreció, con la mirada de un auténtico vegetal miró a su madre a la cara al fin y dejó de llorar para recibir una historia de la que su madre parecía muy orgullosa. Es decir, Geri nunca tuvo noción de a dónde migró su papá tras abandonarlos, menos iba a saber a qué se dedicaba aquel ajeno hombre de su memoria.

María Eugenia se volvió una pésima maestra de educación sexual en aquel momento y le contó al pobre Geri con pelos y señas todito lo que traía oculta su existencia, la que parecía tan sencilla hasta ese día.

Resultó que la mamá de Geri fue la primera estrella porno de la productora que fundó don Gerard. Geri nació y producto de aquella degeneración transgredió la vida de fornicación pública y fílmica de doña María Eugenia. Al papá de Geri se le daba bien ganar pasta con sus filmes eróticos, pero empezó a hacerse de créditos ilícitos, provenientes del narcotráfico local y esa fue la razón por la que debió abandonar el país junto a sus putas y sus cámaras, adiós al buen don Gerard, heraldo de la pluralidad de los coitos, canciller de la paz sexual y de la revolución de los cuerpos desnudos. En otro tiempo pudo haber sido un excelente virrey o un administrador de haciendas respetable. Hoy solo era un proxeneta de las pantallas de internet con buen acento y polla suficiente para el mercado del sexo visual.

Explicarlo no parecía problema para la mamá del Geri, sin embargo, a él le afectaba cada sílaba que salía de la explícita boca de su madre. El daño recibido esa mañana le dejó alejado de su círculo social por semanas al jovencito. Geri decidió cambiar de vida, cambiar de nombre o irse de la casa, lo decidía sin aventurarse; en realidad, se recluía en su habitación. Su madre lo trataba con indiferencia, de vez en cuando le cuestionaba sobre si ya había salido a tomar aire fresco, sobre si volvería al instituto, sin presiones de por medio. Incluso, hubo tardes en las que, volviendo del trabajo y hallando a Geri frente al monitor de la computadora, le asaltaba en tono burlón con el cuestionamiento de si acaso había visto ya el video completo o qué opinaba de la obra de arte que había grabado junto a su padre. De pronto, el trato se normalizó con el pasar de los meses, con ese tono indiferente y explícito, empezó a tratarlo como un huésped y no como a su hijo.

La distorsión de la realidad del pobre Geri, lo llevó a buscar en su soledad por el buscador de internet el nombre de su padre. Se sorprendió en conocer que lo único que le faltaba era una mención en la Wikipedia. Todos sabían más de Gerard Samper que su propio hijo, y le iba muy bien con su propia productora de pornografía, pues tenía fotos en yates, videos con prostitutas en yates, fotos en lujosos hoteles y videos de sobra con putas en esos cuartos de hotel.

Verdaderamente Geri, sentía algo que no era rencor. Aprendió a sentir celos, envidia y un deseo profundo por ser el heredero de esos dominios ibéricos, alejado de la mediocridad de vida que llevaba hasta entonces y sin relación con el mundo.

Un día al fin, Geri tomó sus cosas, era una tarde de noviembre ideal para no volver a casa. Su madre ni lo buscó, intuyó siempre esa inestabilidad en su hijo como calma previa a una tormenta. El pequeño Samper se volvió un degenerado sexual que vendía su cuerpo de adolescente lampiño al mejor postor en las calles de la ciudad, se vendía a hombres mayores que le recordaban al padre que nunca estuvo ahí. En su ser, hubiera siempre deseado ser él quien apareciera en aquel filme en lugar de su madre. Él mismo fundaría su propio imperio de pornografía casera, emulando la grandiosidad de su padre. Total, era lo único que sabía que le fue heredado... ¡amb certesa!

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