Cada mañana me levantoy encuentro una;
a veces en la pared,
otrora colgando del techo.
Al sonar la alarma
me encuentro telas a medio tejer
o lianas de un solo hilo
y no sé si son las mismas o son otras.
Relojes de ocho manecillas
rondando mis pisos y mis libreras,
¿se cansarán como yo
o aprenderán algo estando conmigo?
Entre la incertidumbre
de hacerme dios o muerte
las he dejado de contar,
pero, ¿qué contarán ellas de mí?
¿Por qué matarla o por qué dejarle vivir?
¿Por qué ser yo el juez y el verdugo?
¿Por qué pensar que viéndole
aquel arácnido me devolvería la mirada?
No entiendo cómo jodidos,
consiguiendo torpemente nada,
sin telaraña finalizada o mordedura hecha,
tanto insisten en el mismo sitio... mi sitio.
Alguna vez las imaginé ángeles,
pero igual les di final,
sin ponerme a pensar en las consecuencias
o en el círculo vicioso de seguirlas hallando.
En esa rutina de no obtener respuesta
ni de ellas ni de su destino,
sigo sintiendo dentro el deber de acabarlas
como primera actividad diurna.
Y ahí voy de nuevo,
sin la certeza de si esta o aquella
será la última
o quizá todas siempre son la misma araña.