ya no hay fuegos artificiales ni estrellas sin nube.
Yo cada que alcanzo la puerta
sé que ha acabado el licor en otras gargantas.
La rutina me ha empujado
a dejar de esperar las fechas importantes.
No hay navidades ni cumpleaños
en los que oportuno resista la cita,
el festejo desmesurado
o comparta la algarabía de la puntualidad.
Es todo esto lo más parecido
a vivirme en el libertinaje pretencioso
a la que nos arroja la sociedad.
Mi infancia fotografiada desde mi cabeza
siempre resulta agredida
por la tormenta de mis alegrías efímeras.
Y es todo así,
todo tardío,
sin prisa
y presuntamente feliz...
Sé entenderme a solas,
como una telaraña alojada en la esquina
de los cuadros de memoria mal contada,
casi borrosa,
queriendo hacer fiesta
donde solo hay cenas sin vela
y sin luz
y sin vos detrás/delante/debajo de mí.
Porque sí,
otra vez llegué tarde, perdón...
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