Él es un hombre cualquiera,
un deleite de sí mismo para sí mismo,
Dulcinea no necesita pero tiene
y pasea con boina sin verse obligado a ir al golf.
El tipo es arte puro, un saco remendado,
pañuelo blanco como sus tenis de marca,
un encendedor al bolsillo que no usa porque ya no fuma
y esa pluma obtusa pero recatada a la mano.
Compra poco pero admira mucho,
vive apasionado de enamoramientos burdos,
se recorta la barba si le pica mucho
y se queda dormido entre libros viejos.
Se carga de complejas imperfecciones,
le acomplejan las maneras femeninas sin nombres,
es madeja de gimnasio pero sin éxitos sobresalientes,
tan solo es él de paseo por ver quién le ve.
Los estorbados rezagos de caballerosidad están ahí,
a veces en la pasividad del halago y otras en senil iniciativa,
el paso que toma, es la medida de sus versos,
su avance es corto mas su arma es la palabra.
¿Cómo reconocerle entre la gente
y cómo amarle si es campeador?
Ahí va el Cid, un Rui sin imperio ni postor,
el mejor apostador con el licor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario