Introducción

El poeta que bebe café sabe bien
que el único mejor aroma
entre la tinta y la taza
es el perfume de su amante.

-Rodrigo Villalobos F.

lunes, 27 de mayo de 2019

La Sopa De Cerditos

Aquel lobo hambriento salivando bajaba por aquella chimenea de ladrillo. Abajo su nariz percibía los condimentos para el caldo de la cena de los tres cerditos. Una pata mal puesta en las baldosas lo hizo caer de cabeza, contusiones aparte empezó a hervir junto a los restos y las sobras sin que aquellos tres hermanos lo supieran.

Durante la cena hablaron de lo difícil que había sido librarse del lobo con pulmones de acero, engulleron más de la mitad de su sopita y pensaron en cuán orgulloso estaría su padre de haberse enterado cómo sobrevivieron a un depredador canino tan voraz e insistente como el de ese día.

A la mañana siguiente lavando la cristalería, la vajilla y la olla, supieron reconocer al mismo tiempo los tres, que se hallaban los harapos del sombrerito del lobo flotando y, más abajo, el pelo del canino que sazonó su última cena.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Una Bella Dormilona

En aquella penumbra de la habitación, a falta de limpieza, ahí tras cortinas de telaraña iba abriéndose paso el príncipe de tierras de dudoso feudo. Él la besa sin saber cuántos años lleva dormida. Ella empieza a despertar mientras se asoma el sol por la ventana. Los años llegan sobre la piel de la joven que yacía en coma. Alcanza a reconocer a su salvador, pero no a maldecirlo. Tan pronto como pasa la luz naranja del amanecer hacia la turbulenta atmósfera del dormitorio, le ha sobrevenido el inminente infarto a aquella belleza femenina con más años del que el sueño le hubiera seguido dando.

viernes, 17 de mayo de 2019

Silbidos

Participé en el asalto. Silbaban las balas, a veces arriba, a veces a la derecha. Volaban vidrios por el lugar y la sangre saltaba fuera de sus tuberías. Silbaban las balas, ahora atrás, a la izquierda y atrás. Yo disparé. Si me aferraba al gatillo era porque las balas ahora estaban cerca, abajo, dos pisos abajo y luego por la puerta donde quería salir. Les dije a todos que yo los pensaba sacar ilesos, sabían que les mentía y aún así disparaban por mi ideal.

Participamos todos y todos corrimos hacia la muerte, la arrastramos con nosotros como se arrastran las sombras, como se encara el miedo a dormir y amanecer orinado. Silbaban cada vez menos las balas. Cada vez era menor el miedo en sus caras, quizá porque los tumbados ya habían leído en los diarios de la semana de casos como el de hoy.

Se acabaron los casquillos cayendo, las balas silbando. Entonces llegaron las sirenas con socorristas, las mantas para tapar las caras. Y después de la limpia de víctimas sobre la plaza financiera, emergí yo. Un poco más delgado, un poco más callado. Creyeron caídos a todos y aún así me salvé. Pasado mañana hallaré otros amigos a quienes compartir de los silbidos que recibimos todos hoy, y de cuánto me gustaría llevarlos conmigo a otra portada en el diario, ora como anónimos autores otrora como famosos cadáveres que silbaban fuerte en carne ajena.

Hoy fueron mil doscientos quetzales, pasado mañana con algo más de suerte quién sabe cuánto y con quiénes.