Querer partir sin decir adiós
en alguna lengua
debiera ser argot para el amor:
lo debe contar una memoria,
quizá los libros
o quizá la vida
llegando al final
te lo pueda susurrar...
Como secreto bien guardado
o como recompensa por molestar poco al prójimo,
la respuesta al sueño eterno
debe ser la quietud de la lástima,
aún en el dolor de roles transfigurados,
la nicotina en extinción
como último recurso.
Pero tengo claro que de las teorías más hermosas,
la mejor es la de la genética,
porque aguarda y teme y,
sobre todo
lo bueno y lo malo,
nos deja la lección de enfrentarnos menos solos
a la trascendencia.
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