De tanto decirnos pequeñas
mentiras
las hemos descreído
o nos las hemos puesto de
vestido.
Con tanto material para
mentirnos bonito
nos hemos volcado
a darnos la mano,
primero de frente
y luego con llanto.
Algunas van aderezadas
y nos cuesta tragarlas,
no nos empachan ni nos
aburren.
Mentiras todas, pero
mentiras
que solo buscan ocuparse
por encima
de cualquier verdad.
Las gentes las usamos a
diario
con sigilo y recato
o con morbosidad.
De tanto creerlas,
las verdades verdaderas
nos empiezan a caer mal,
nos duele sentirnos
presas,
suertes gemelas de la
curiosidad
que se reprenden solas
cuando abarcan la certeza
de oírse efímeras
o de oírse como realidad.
Las hallas enteritas o
completas
dentro del viaje de un
libro,
dentro del coma inducido,
dentro del vaso de licor
vacío,
dentro y afuera,
afuera y adentro.
Suenan bonito desde lejitos
susurros benditos
que transmutan las penas
por veracidades nuevas.
No todas son excusas
algunas se dicen
incompletas
y otras,
como gritos,
se dicen a oscuras/apenas.
Con tanto mencionar
tantas mentiras,
son meros hechos preferidos
por sobre las casualidades,
por debajo de las sucias
verdades.
Si de la nada formamos
cortezas robustas,
creamos vidas tejidas
con los labios
como sueños de gigantes
rotos,
igual nos preferimos
ver termitas
con el tiempo,
que un sesgado clima
nublado
para el que llevamos al
lado.
Si las hablamos
o nos las guardamos
se ven como trapos,
al alumbrarse por encima
bajo el sol/lupa,
un lodo secando
al calor,
al amor del engaño.