Introducción

El poeta que bebe café sabe bien
que el único mejor aroma
entre la tinta y la taza
es el perfume de su amante.

-Rodrigo Villalobos F.
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lunes, 5 de octubre de 2020

Una mancha en la pared

Me encontraba en una de las mejores etapas de mi vida, aunque nunca llegué a sentirme amante de los lujos. Mi carrera de ingeniero apenas iniciaba, yo era todo un recién graduado; bien recuerdo que para ese entonces el único precio de mi éxito fue la pérdida de la mayoría de mis relaciones interpersonales: amigos, familiares cercanos y, de paso los lejanos, ahora estaban más lejos. A decir verdad, tenía muchos nuevos compañeros de trabajo en aquel tiempo, pero ninguno siquiera me llamaba por mi nombre, solo por mi apellido y, quisiera pensar que era por respeto y no por no saber nada de mí. Y de pareja, mejor ni hablar, que al respecto solo recuerdo bien que todas mis exparejas, seguían siendo eso, 'ex'.

La casa que solicité ver, aquella residencia de mis caprichos, con las comodidades mundanas del día a día, era una casa diseñada para demostrar independencia y virilidad a quien se acercara. Una trampa de dormitorios y salones de un solo nivel, la que me cobijaría solo por el gusto de mantenerme más cerca de mi área de labores. Esa casa toda estática en su sobria cara frontal, pero con el "aleph" arquitectónico de sus cimientos en su interior, fue la fortaleza que me hizo quien hasta hoy fui...

De aquella rareza construida entre la arboleda encallejonada de la carretera principal, conservo en la memoria cada espacio vacío, cada medida entre mueble y mueble, el olor a resina de pino cerca de las ventanas abiertas, la textura de sus pisos de cerámica a sobre uso y, sobre todo, el color de cada pared. Apenas destacaban otras cosas a mi vista por la perturbada fortuna que había vivido, pero la mancha en la pared que, según mi agente de bienes raíces, decoraba la habitación principal, se robaba en su mayoría mi atención. No eran las telarañas en el alto rincón del techado, ni las baldosas grises entremezcladas que doblegaban la belleza de los baños impecables en blanco, solo una diferida muestra del poder del cosmos asomándose en forma de mancha.

-Es una mancha pequeña -me sugestionaba a mí mismo cuando por las mañanas la veía como vigilante de mi sueño. Sentía esa necesidad constante de sugerirme que no crecía día con día. Pensé que era de un color que pudiera asociar con la humedad de la casa en el área, pero no funcionó mi teoría porque entre veranos e inviernos permanecía y mutaba su color y forma según fuera el caso.

Algo de vivo había en ella que, incluso con las visitas esporádicas, nadie se iba ajeno de comentar sobre ella, sobre lo que fuera que la causara o sobre lo que parecía causar por detenerse frente a ella. Tenía a este residente para mi consuelo, porque cuando me desvelaba algún proyecto que llevaba a mi casa desde la oficina, recubría mi espalda, expectante, casi como mi sombra.

Comencé a notar que era demasiado el tiempo que le compartía en solitario a la mancha de la habitación, y debió ser propicio que, para ese momento, me moría de sueño y cansancio sobrado. Mi cuerpo en reposo pedía auxilio y yo seguía sin atender al síntoma. Solo sé que al ya despreocuparme de la mancha fue cuando realmente me debió preocupar más.

Por las madrugadas en que mi mente surcaba entre textos y decisiones al cálculo, me pareció claro lo que la mancha tenía preparado para el reproche. Me sentí un extranjero en el cuarto, un virus amedrentando dentro de un puro y sacro templo, solo porque la veía detenidamente. Entonces, al ver la hora transcurrida tras los diálogos en mutis con la pared noté lo mal que estaba todo, sentía esa mancha tan grande como densa y mi piel erizada por un miedo inocente que me recordaba al que de niño me provocaba la oscuridad. La reacción más espeluznante fue sentir casi un alma humana respirando a través de ese muro, en esa ocasión quedé cautivado al ver las agujas del reloj en mi muñeca, me indicaban que estuve contemplando ese lienzo por más de cuatro horas consecutivas, yo apenas percibí que solo había perdido la concentración por unos pocos minutos.

Cierta ocasión hubo en que, animado por mi periodo de vacaciones, me sentí revitalizado, le di vueltas al asunto de la pared con cierto escepticismo y tuve que dejar de lado las dudas para buscar la razón de ser de esa anomalía arquitectónica. Busqué en el exterior el lado opuesto al que se suponía que debía dar la mancha, barrené profundo convencido en que la broca de concreto me daría indicios, pero no fue así, solo me entraron mayores dudas, parecía existir un hueco entre la construcción del exterior y el interior que daba a mi alcoba. Lamento confesar que fue cosa de un día todo ese ímpetu debido a que a la mañana siguiente con piocha en mano busqué el agujero barrenado de la tarde anterior y hallé intacta el área completa. De llamar a la compañía de bienes raíces o al dueño original, a quién le amortizaba aún las cuotas, nadie me iba a creer lo sucedido. Decidí deprimirme de nuevo, aceptando entre confusiones y suposiciones que algo no iba bien.

El resto apenas tuvo importancia. Primero creí más correcto separar el estudio de mi cuarto, así que me llevé libros y escritorio con luces fuertes al garaje que tenía desocupado para reuniones de jardín eventuales, esto dio espacio a dejar despejada en su totalidad toda la pared. Luego, decidí que lo mejor era dormir en el cuarto aledaño que era el de huéspedes, quizá más pequeño, pero me brindaba una paz que añoraba desde meses atrás. A la vez, le empecé a mostrar un religioso respeto a aquella pared cuando asomaba por ahí, como si existiera compañía para mí que al mismo tiempo repudiara tener que encontrar.

Aquella cosa se quedó sola en la habitación y si alguno preguntaba por 'eso' empecé a sostener que era un lugar para mis vocaciones artísticas, pero no dejaba que nadie entrara ahí; así la mancha, la concurrencia y yo aprendimos a guardar metros de distancia. Y jamás me gané la confianza ni la comodidad de cerrar la puerta, me sentía extorsionado al no mantenerle bien ventilado, la angustia era peor al tratar de conciliar el sueño sin estar seguro de que le dejaba de par en par la ventana y la puerta. A veces llovía, pero el agua no entraba ahí, así que comencé a reflexionar si la misma naturaleza evitaba relacionarse con aquello y qué razones había para esto.

Mi mente jugó a que, si le daba esta marcada sensación de vacío a la pared, la humedad o lo que fuera se iría desvaneciendo, no obstante, jamás vi que se redujera. Con el tiempo la empresa en la que laboraba decidió darme oportunidad en otro departamento, oportunamente cerca de mi antiguo hogar y de la gente que ya había dejado de frecuentar por más de año y meses.

Y no quisiera recordar más cómo era pasar la noche en ese lugar; por último, tenía pesadillas donde esa mancha reaparecía de a poco en la pared que tuviera más cerca. Me volví un paranoico con el asunto de crear salidas imaginarias a mi vista de ese espectro sin forma ni dimensión. Incluso el día que hice las maletas para la mudanza, aproveché para asegurarme de que esa habitación fuera la última en desocuparse (ya que empecé a dejar velas altas de cera frente a ‘eso’ como devoto fiel) y que fuera la última que pudiera ver al desnudo, fue incluso un alivio físico el que percibí al lograr salirme de aquel cuarto sin atreverme a darle mi espalda y con la cabeza un poco agachada, por reverencia y olvido tal vez, ahora creo que fue por miedo en el estado más puro.

El desembolso económico de aquella hazaña lo pude sortear con mi nuevo salario y gracias a mis estrategias de vida en solitario. Me convencía a diario que quienes estuvieron desinteresados y lejos de mí en aquel tiempo no merecían mi aprecio ni mis consideraciones, astucia que me permitió no gastar mucho en reuniones con familia, amigos o mujeres.

Con el pasar de los meses, me enteré que el primer dueño decidió tirar abajo la casa de aquella arboleda, construiría un nuevo complejo habitacional sobre las ruinas. Así que al saber de la noticia me sentí enfermo de nostalgia y viajé a las afueras de la ciudad solo para encontrar los restos de ripio con salvaje inexpresión. Preferí cuidar mis pasos sobre los escombros como recreando un modelo matemático de la posición original de cada ladrillo y block, admirando con mi vista las formas rebeldes del metal enrevesado de los antiguos balcones y cimientos. Hoy ahí estaba yo...

Me sentí parte importante de lo que ahí descansaba, hasta que de pronto me invadió la necesidad de curiosear por donde se suponía que estaba la mancha en la pared de la habitación. Volví a recobrar un aliento de ansiedad por conocer la verdad detrás de ese peculiar espectro, sentirlo a mi merced, como un coloso mitológico vencido por la gracia infantil de la inocencia.

Y entonces, tras unos minutos de exhaustiva búsqueda, ahí estaba, dándome la cara, esa mancha que tantas veces me imaginé más grande, ahora reducida a un trozo de empolvado retazo, entero, pero vencido ante la gravedad del mundo. Sentí de pronto caer el telón de la noche aun llegando yo antes del crepúsculo. Tersa a mi impulso de voltearla, la mancha era la que pululaba de miedo ahora, sabía que ella me reconocía ahora. Mi curiosidad pedía a gritos que le diera la vuelta para saber lo que era en realidad, pero al hacerlo, fue la realidad la que me golpeó. Y de pronto ya era de día y yo ya no estaba ahí.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Los caminantes

 “Trust your heart if the seas catch fire, live by love though the stars walk backward.”
e.e.cummings.

Piruetas de paca para encontrarse unos buenos Nike o Adidas. A medio uso, son fáciles de hallar a buen costo. Los Puma van bien para las caminatas largas y los Vans para el tráfico de la ciudad (incluso por aquello de los conciertos en viernes en la noche). Con el ruido y la mugre contrastan unos buenos Cat (me veo en la necesidad de aconsejar). Todos se usan y reúsan. Los Jordan van bien para el básquet y los ejercicios, pero ¿qué hay de las actividades que requieren mayor esfuerzo? Para matar o enamorarse nadie te va a recomendar marca o estilo. Yo quiero hacer un recordatorio, porque hubo vez que me contaron sobre esta anécdota (nuevamente la necesidad de mencionar lo que no debería)...

Bajo el arco de las estrellas gélidas de una madrugada triste, como las de abril o junio, iba una familia bajo el techo de los árboles avanzando a trote lento en la vereda. Fue una noche sin lluvia el preludio, pero por muy seco que hubieran deseado recorrer el camino, el rocío fue inminente, como inminente iba a ser el amanecer. El coro de variedad de aves desde lo alto de esos ramajes, contrastaba con la uniformidad de marca que llevaban en sus ropas y zapatos nuestros protagonistas. Sus pachones bien llenos y sus cordones bien atados presagiaban una experiencia como las acostumbradas: una excursión típica de familia citadina al campo abierto, entregados al aire libre y sus maravillas sin concreto.

A unos trescientos metros existían pisadas más cansadas, cuerpos más lejanos, gente que parecía de avance ligero a pesar de lo lento de sus siluetas. Dicha familia avanzaba cada vez más alterada en la oscurana, con el lodo acumulándose más y más en sus suelas y el ánimo cada vez más borroso por encontrarse con la foto que los premiara en algún certamen, de esos que se hacen en la ciudad.

Se asustaron los dos mayores (los progenitores), al ver cada vez más próximas las formas humanas de un grupo que los parecía triplicar en número, quienes sin apariencia de cansancio ni falta de ritmo se mezclaban mejor en el ritmo del bosque. Susurraron y prefirieron continuar, solo advirtiéndose el uno al otro con la mirada, resguardando a sus tres hijos delante y sugiriendo no voltear a ver ni preguntar.

¿Quién aparte de ellos podría andar a esas horas tempranas entre la maleza y aquellas tierras dignas de un bellísimo y selvático páramo extraviado de la civilización?

Tras el avance y unos quince minutos de marcha, se vieron alcanzados por escasos pasos y como es fiel tradición citadina tener temor al paso que se aproxima tanto en espacios pequeños, se tomaron de la mano todos y se pegaron a los troncos de la derecha. Rezaban mentalmente por que no se detuvieran aquellos espesos pasos que siempre les parecieron conocer mejor el área. Y así fue.

El grupo que les dio alcance iba uniformado también, ni titubearon ni se detuvieron junto a la pequeña familia citadina. Junto a su proximidad y rebaso por la izquierda llegó la salida del sol. Quienes les parecían asediar tenían rostros asediados, cansados, heridos, avergonzados. Sus trajes característicos constaban de atuendos multicolor y ordenados en trazos lineales y serpentinos, además, llevaban consigo unos caites de cuero y caucho que parecían levitar sobre el fango y las raíces, muy ligeros y casi sin mancha. A esta multitud le acompañaba una cantidad de murmuraciones en un idioma que era como piedritas desprendiéndose en una ladera. Los protagonistas empezaron a hacer más cortos sus pasos, observándolos cada vez más con mayor detenimiento, poniendo especial atención a los detalles que llevaban consigo.

La foto que consiguió aquella familia valió el susto de la persecución paranoica en aquella madrugada. Dentro de un marco muy bonito, dorado y estilizado de formas barrocas, se veía el desplazamiento de esa otra y numerosa familia indígena, llevando entre varios dos féretros de niño, la luz y el enfoque del amanecer permeaban entre los ramajes verdes y contrastaban perfectamente con los coloridos trajes de la región que usaban, sin embargo, resaltaba aquel andar de caites brevísimos al trote, a un paso tan suave que no arrastraban grava, solo dolor, como el de sus rostros cabizbajos, excepto por el de un señor con sombrero, quien lloraba frente al lente silenciosamente, en el plano más próximo por la izquierda. No entendían mucho de fotografía ni de lo que realmente ocurría en el momento en que sacaron la foto, pero estaban participando ya.

El padre de familia se llevó consigo el cheque del premio ganador y festejaron con una comida rápida en casa. Mientras tanto, en ese instante, el padre de familia que se robaba el primer plano de la foto, el único que no bajaba la mirada contra el obturador, perdía su último aliento; yaciendo, se iba recordando del día camino al entierro de sus dos hijos más pequeños, y que estaba por pedir respeto a un grupo de curiosos que arrojaban luces desde su cámara al verlos andar, se acordó que iba a mover sus labios, pero estaba seguro que aquellos no le entenderían, ni su idioma ni su dolor, un dolor más profundo que el que se lo llevaba ahora junto a sus hijos.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Un Hijo De Otro Adelantado

Narración para jóvenes que se van de sus casas,
huyendo de sus familias para ordenar la cabeza
y desordenarse las hormonas.


Gerardo Samper o Geri para los amigos (tanto con pronunciación propia del yeísmo, como de la “ge”, jamás con pronunciación de "gue"). Era un chico normal hasta que aterrizó de sus vacaciones de medio año a suelo sagrado del instituto público donde cursaba su segundo básico.

El pobre Geri sabía solo lo suficiente para vivir tranquilo tras su razón de existir, era hijo de un excéntrico español que lo abandonó a él y a su madre. Estos extranjeros permanecen haciendo doble vida en paisitos como el nuestro, lejos de su casa se vuelven padres, panaderos, fuentes de ingreso, acentos curiosos, lavacarros con encanto a Hollywood en la sonrisa hedionda a guaro de días festivos y noches bien efímeras. El buen Geri tenía unos ocho o nueve añitos cuando vio por última vez al todólogo de su padre, el gallardo neoconquistador ibérico, don Gerard Samper de los Vados; buen porte el del tipo, casi le heredó su castaño claro y la buena altura, pero su arrastra sílabas catalán se le escapó a la genética, ¡puta deuda de vida, vago problema!

De la madre de Geri no había mucho por decir antes de aquella mañana. María Eugenia Santos de Samper era el estereotipo de mamá soltera, eso sí, deseada y pretendida por su conservado y perfecto estado físico. Dama joven en relación al resto de madres del instituto del Geri. Era de suponerse que los profesores del Geri fantaseaban con la mamá del chamaco, incluso más que con la entrenadora del equipo de voleibol, una peliteñida con ascendencia rusa, rumana, checa o algo así. Nunca advirtieron que todos tendrían oportunidad de hurgar el cuerpo de la señora Samper en aquel día y los que estaban por venir; porque sí, ella conservó orgullosísima siempre el apellido de casada tan ibérico y falaz, como don Gerard mismo.

Entre lo desagradable del momento, Geri Samper no se recuerda muy bien como ocurrió aquello. Tras la caminata de treinta minutos que realizaba de casa al instituto, como habitualmente pasaba, se adentró en el corredor principal, perseguido por silencios rotundos, miradas penetrantes y sonrisas picaronas que le dedicaban sus compañeros varones, como en tono de complicidad. De pronto comenzaron los murmullos femeninos, mientras lo veían de reojo y, para rematar, las risas in crecendo como nudos bien atados a la sinfonía, primero las chicas y luego los chicos.

Estalló en algún momento y corrió hasta su salón, cerrando tras de sí la puerta y entrando precipitadamente. Pocas cabezas asomaron sobre el escritorio la vista, empezó otra ola de murmullos. Su amigo de toda la vida, el buen Marcos Sepúlveda, se acercó al nomás verlo aterrorizado y encerrándose del escándalo del pasillo. Sepúlveda lo vio primero con cautelosa curiosidad, pero sabía que no tenía caso entretener más el momento.

-Anda, Samper, ya te enteraste, ¿verdad?

-¿Enterarme de qué? –La cabeza le daba vueltas mientras pronunciaba aterrorizado aquellas palabras.

-Del descuido de tu mamá. –le comentó, Sepúlveda.

-Amigo, qué mal chiste, ¿de qué va esto?, no entiendo una mierda.

-Es que… míralo mejor. –Sepúlveda le acercaba a su vez la pantalla quebrada de su teléfono móvil con una reproducción de pornografía violenta.

-¿Y esto de qué putas va? –Geri, entre molesto y curioso, seguía con la vista esa bizarra escena explícita del revolcón, un épico polvo digno de las más grandes corporaciones de pornografía con premium membership, donde no importa en qué minuto lo reproduzcas, no deja de entretenerte.

-No le vayas a dar más volumen a esa mierda, Geri… solo atento y miralo vos mismo.

A Geri Samper le sonó a orden irrevocable lo que le dijo Sepúlveda y siguió la escena por unos segundos más hasta que distinguió algo en el hombro de la actriz porno que jadeaba y sudaba por la excitación del miembro masculino que se le introducía y sacaba en un ciclo sin fin. Ese tatuaje era el mismo diseño de alas de mariposita de su mamá y… ¿quién podría ser el héroe sin condón que explícitamente le daba el polvo de su vida a la buena señora de Samper?

Con unos segundos más de silente atención (y estupefacción) reconoció el rostro a medias de su padre; las sombras producto de la iluminación en la dirección del rodaje para adultos, no eran suficientemente explícitas, pero supo reconocerlo por su cabellera castaña característica.

El Geri se quedó idiotizado, los alumnos iban entrando uno a uno a espaldas de Samper y Sepúlveda mientras estos dos se colgaban con la boca abierta del video. Sin acercarse más, Marcos le pidió el teléfono de vuelta, esperando la reacción y la cara del Geri. Sin embargo, Samper agachó la cabeza y sin ver a nadie, chocando contra todos, se fue del salón, con la cara desencajada, pero, sobre todo, avergonzado.

Iba a salir del instituto, cuando el encargado de limpieza lo detuvo en el portón. La directora lo alcanzó a tomar del brazo antes que Geri se abalanzara a la calle tras forcejear con el conserje. La autoridad máxima del establecimiento sabía bien de qué iba todo el asunto y llevaba un buen rato buscando al Geri para abordarlo en una pequeña charla de “orientación”, sin saber bien qué jodidos decirle al puberto. Ahora el conserje cerraba bajo llave el ingreso principal a sus espaldas (y con la mente puesta en el cortometraje que le habían pasado desde tempranas horas), no obstante, Geri era consciente que el portón del parqueo estaba abierto al otro lado. Entonces se dejó conducir por la directora cabizbajo, la mujer le hablaba murmurando, como en rezo somnoliento, y al primer acercamiento a la cancha que tuvieron, el muchacho salió huyendo entre las porterías y los carros. Rabioso y descompuesto, lagrimando las calles, en dirección a su casa.

Muchos asumían que era por la vergüenza, pero en realidad Geri Samper lloraba por haberse encontrado con el rostro familiar de su progenitor. El supuesto catalán, el que los abandonó a su suerte en este terruño tropical bananero a él y a su madre. "El maldito con el olvido entre la maleta", se decía para sí mismo cada vez que pensaba en don Gerard. Sin comunicarse y sin dejar un solo centavo, se largó a tener nuevas esposas y nuevos hijos.

Mientras lloraba en mutis, el pequeño Geri, con catorce años de edad, sentía que ya no había nada por ver. De pronto, tenía dudas, buscó en su teléfono y al menos en tres grupos se lo habían compartido. Entonces lo vio, ahí estaba grabada la fecha que aparecía en la esquina inferior del video amateur de sus padres y a media cuadra de llegar a casa se detuvo en seco, sacando cuentas… ¡él era el producto de aquella filmación! Volvió a hacer números, no estaba seguro, si él había nacido en diciembre de ese año y el video era de marzo… ahora sí estaba seguro…

El Geri no volvió a su casa solo porque sí. Él sabía que si volvía rápidamente hallaría a su madre antes de que esta se marchara al trabajo de siempre. Y así ocurrió, entre sollozos y una rabia incontenible, el adolescente se enfrentó de cara a su progenitora temblando por lo ocurrido, entre tímido y desconcertado.

-Madre…

Para su sorpresa, la voz de María Eugenia estaba apacible y tal vez sabía qué decirle su niño en esa situación, su mente lo había procesado por años.

-Deberías estar en el instituto, Gerardito.

-Es que… todos en el insti… -se armó de valor y tras suspirar hondo dijo- madre, ¿soy el hijo de una porno?

-Sí, Geri. Vos sos producto del mejor polvo que me he dado en toda la vida. –El tono relajado de la señora María Eugenia, tranquilizaba e inquietaba a su hijo a la vez y esta le increpó -A ver, contame, ¿cómo lo supiste?

-Todos en el insti… -sollozaba de pena, mientras trataba de responder- todos pues… me veían al entrar y…

-Bueno, tarde o temprano pasaría, Gerardito. Mirá tu papá y yo éramos jóvenes, y sí, sos producto del video y yo no tengo problema con ser reconocida como actriz porno, de hecho, tu papá se empezó a dedicar a la industria y mirá que no le ha ido nada mal, mijito.

La cara del Geri se ensombreció, con la mirada de un auténtico vegetal miró a su madre a la cara al fin y dejó de llorar para recibir una historia de la que su madre parecía muy orgullosa. Es decir, Geri nunca tuvo noción de a dónde migró su papá tras abandonarlos, menos iba a saber a qué se dedicaba aquel ajeno hombre de su memoria.

María Eugenia se volvió una pésima maestra de educación sexual en aquel momento y le contó al pobre Geri con pelos y señas todito lo que traía oculta su existencia, la que parecía tan sencilla hasta ese día.

Resultó que la mamá de Geri fue la primera estrella porno de la productora que fundó don Gerard. Geri nació y producto de aquella degeneración transgredió la vida de fornicación pública y fílmica de doña María Eugenia. Al papá de Geri se le daba bien ganar pasta con sus filmes eróticos, pero empezó a hacerse de créditos ilícitos, provenientes del narcotráfico local y esa fue la razón por la que debió abandonar el país junto a sus putas y sus cámaras, adiós al buen don Gerard, heraldo de la pluralidad de los coitos, canciller de la paz sexual y de la revolución de los cuerpos desnudos. En otro tiempo pudo haber sido un excelente virrey o un administrador de haciendas respetable. Hoy solo era un proxeneta de las pantallas de internet con buen acento y polla suficiente para el mercado del sexo visual.

Explicarlo no parecía problema para la mamá del Geri, sin embargo, a él le afectaba cada sílaba que salía de la explícita boca de su madre. El daño recibido esa mañana le dejó alejado de su círculo social por semanas al jovencito. Geri decidió cambiar de vida, cambiar de nombre o irse de la casa, lo decidía sin aventurarse; en realidad, se recluía en su habitación. Su madre lo trataba con indiferencia, de vez en cuando le cuestionaba sobre si ya había salido a tomar aire fresco, sobre si volvería al instituto, sin presiones de por medio. Incluso, hubo tardes en las que, volviendo del trabajo y hallando a Geri frente al monitor de la computadora, le asaltaba en tono burlón con el cuestionamiento de si acaso había visto ya el video completo o qué opinaba de la obra de arte que había grabado junto a su padre. De pronto, el trato se normalizó con el pasar de los meses, con ese tono indiferente y explícito, empezó a tratarlo como un huésped y no como a su hijo.

La distorsión de la realidad del pobre Geri, lo llevó a buscar en su soledad por el buscador de internet el nombre de su padre. Se sorprendió en conocer que lo único que le faltaba era una mención en la Wikipedia. Todos sabían más de Gerard Samper que su propio hijo, y le iba muy bien con su propia productora de pornografía, pues tenía fotos en yates, videos con prostitutas en yates, fotos en lujosos hoteles y videos de sobra con putas en esos cuartos de hotel.

Verdaderamente Geri, sentía algo que no era rencor. Aprendió a sentir celos, envidia y un deseo profundo por ser el heredero de esos dominios ibéricos, alejado de la mediocridad de vida que llevaba hasta entonces y sin relación con el mundo.

Un día al fin, Geri tomó sus cosas, era una tarde de noviembre ideal para no volver a casa. Su madre ni lo buscó, intuyó siempre esa inestabilidad en su hijo como calma previa a una tormenta. El pequeño Samper se volvió un degenerado sexual que vendía su cuerpo de adolescente lampiño al mejor postor en las calles de la ciudad, se vendía a hombres mayores que le recordaban al padre que nunca estuvo ahí. En su ser, hubiera siempre deseado ser él quien apareciera en aquel filme en lugar de su madre. Él mismo fundaría su propio imperio de pornografía casera, emulando la grandiosidad de su padre. Total, era lo único que sabía que le fue heredado... ¡amb certesa!

jueves, 6 de junio de 2019

Afuera del escenario

Sola, tras el toque del tabaco exhalado con las ampollas en las manos y el pegajoso sudor aún tibio; se debatía si acaso al no tener responsabilidades para la mañana siguiente, ¿haría bien en volver adentro y servirse otra cerveza fría para sudar después? Trataba de reflexionar consigo misma en la ligera borrachera.

Sabía como de costumbre que era mejor llegar a escena un poco tomada, sin exceso, solo para tomar valor ante el público, hoy no fue la excepción. Pasaron los minutos y vio salir a otros bateristas, otros guitarristas y otros trovadores de voz desgarrada.

-Si van a premiar, que sea pronto -se dijo para sí y dándole el último jalón al cigarrillo.

Tomó valor para lo que quedaba de noche, valor y convencimiento para la siguiente resaca. Terminó tomándose de la mano de algún muchacho de pelo largo, de los que abundaban, de esos que frecuentan con droga barata estos eventos.

Se fue con premura del ojo público por el éxtasis del pubis juvenil, abatida de sueño y cervezas. Despertó, justo a un par de calles y consultando su reloj de Hello Kitty con las batacas y los botines de tacón corrido desordenados a sus pies. Reloj que le recordaba la última Navidad junto a su madre y batacas que le recordaban su enfado de hace unas horas con su padre antes de salir de casa. Pensó en no renunciar a pesar de lo mal que tocó la banda esa tarde. Había tiempo para volver a la premiación todavía, así que dejó tendido a un lado a su falo de turno.

Al entrar de nuevo no reconoció a nadie. No había ningún rastro de los que habían estado hace unas horas con ella en el escenario. Se sujetó el pelo con cola de caballo, disimulando serena determinación, mientras atenta buscaba rostros como los del Huesos, el Jairito y el Tripasuelta.

La tarima ya se iluminaba entre la oscurana y se presagiaba a los ganadores de aquella velada musical con guturales gritos y estruendos metálicos; todos expectantes y de uniformados tonos negros.

Las llamadas al tercer y segundo lugar fueron breves, pero al oír nombrar a Plastic Roses como ganadores se supo sola empezando aquella madrugada. Subió batacas en mano y en alto, apenas se asomó al micrófono soltó un seco "gracias" eruptando. La paga fue buena y directo a sus manos en su totalidad, situación que sí le sacó una sonrisa tonta y no el hedor a licor que emanaba con los aplausos como de su boca.

-De seguro deben estar en el baño- se convenció todavía; imaginando a los otros tres ebrios y vomitados al mismo tiempo o en camas de mujeres vestidas como ella, tal y como siempre pasaba en cada uno de estos conciertos.

Salió de nuevo, tras el toque del tabaco exhalado con las ampollas en las manos y el pegajoso sudor ya menos tibio. Ahora había hombres peleándose por ella, mientras tanto, ella disimuladamente se quitaba el reloj sin ver la hora y lo guardaba en su chaqueta. Sonreía tontamente y adrede esta vez mientras se acercaba a ver los golpes de cerca. Sería la última vez que se oiría de Plastic Roses y de la florecita rockera con adornos de Hello Kitty.

lunes, 27 de mayo de 2019

La Sopa De Cerditos

Aquel lobo hambriento salivando bajaba por aquella chimenea de ladrillo. Abajo su nariz percibía los condimentos para el caldo de la cena de los tres cerditos. Una pata mal puesta en las baldosas lo hizo caer de cabeza, contusiones aparte empezó a hervir junto a los restos y las sobras sin que aquellos tres hermanos lo supieran.

Durante la cena hablaron de lo difícil que había sido librarse del lobo con pulmones de acero, engulleron más de la mitad de su sopita y pensaron en cuán orgulloso estaría su padre de haberse enterado cómo sobrevivieron a un depredador canino tan voraz e insistente como el de ese día.

A la mañana siguiente lavando la cristalería, la vajilla y la olla, supieron reconocer al mismo tiempo los tres, que se hallaban los harapos del sombrerito del lobo flotando y, más abajo, el pelo del canino que sazonó su última cena.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Una Bella Dormilona

En aquella penumbra de la habitación, a falta de limpieza, ahí tras cortinas de telaraña iba abriéndose paso el príncipe de tierras de dudoso feudo. Él la besa sin saber cuántos años lleva dormida. Ella empieza a despertar mientras se asoma el sol por la ventana. Los años llegan sobre la piel de la joven que yacía en coma. Alcanza a reconocer a su salvador, pero no a maldecirlo. Tan pronto como pasa la luz naranja del amanecer hacia la turbulenta atmósfera del dormitorio, le ha sobrevenido el inminente infarto a aquella belleza femenina con más años del que el sueño le hubiera seguido dando.

viernes, 17 de mayo de 2019

Silbidos

Participé en el asalto. Silbaban las balas, a veces arriba, a veces a la derecha. Volaban vidrios por el lugar y la sangre saltaba fuera de sus tuberías. Silbaban las balas, ahora atrás, a la izquierda y atrás. Yo disparé. Si me aferraba al gatillo era porque las balas ahora estaban cerca, abajo, dos pisos abajo y luego por la puerta donde quería salir. Les dije a todos que yo los pensaba sacar ilesos, sabían que les mentía y aún así disparaban por mi ideal.

Participamos todos y todos corrimos hacia la muerte, la arrastramos con nosotros como se arrastran las sombras, como se encara el miedo a dormir y amanecer orinado. Silbaban cada vez menos las balas. Cada vez era menor el miedo en sus caras, quizá porque los tumbados ya habían leído en los diarios de la semana de casos como el de hoy.

Se acabaron los casquillos cayendo, las balas silbando. Entonces llegaron las sirenas con socorristas, las mantas para tapar las caras. Y después de la limpia de víctimas sobre la plaza financiera, emergí yo. Un poco más delgado, un poco más callado. Creyeron caídos a todos y aún así me salvé. Pasado mañana hallaré otros amigos a quienes compartir de los silbidos que recibimos todos hoy, y de cuánto me gustaría llevarlos conmigo a otra portada en el diario, ora como anónimos autores otrora como famosos cadáveres que silbaban fuerte en carne ajena.

Hoy fueron mil doscientos quetzales, pasado mañana con algo más de suerte quién sabe cuánto y con quiénes.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Las Todas, Los Todos Y Les Todes

Perdón a "todes" si no puedo expresar toda esta narración en “lenguaje inclusive” como los personajes acá mencionados.

Sucedió un año después de la operación de Rogelio. Y sucedió cuando debía suceder, ni más ni menos…

***

Un día de rutina, como todos para Angélica, una citadina que defiende la diversidad de los 84 géneros/sexos y sexos/géneros. Se alistó su ropita de mujer oprimida, o sea, sacó los senos al aire, caminó unas cuadras hasta divisar a la muchachada frente al Palacio Legislativo y orgullosa mostró junto a sus senos desnudos, las consignas en cartulina y tempera que le daban el poder de un hombre, según ella.

Angélica iba enfureciendo a medida que gritaba y lo hacía para llamar la atención de las que dirigían la marcha, en especial de Raula; esas mujeres o seres vivos que se sienten feminizados y oprimidos desde hace milenios son los aptos para enfurecerse ante cámaras y fotos de portada de la prensa sensacionalista. Rostros de gente, casi mujer y casi otra cosa, que aprobaba la inclusión de 'El Principito' femenista; 'El hidalgo don Quijote de la Mancha' de lenguaje inclusive; y 'La Biblia' para nuevas masculinidades; cero machismos y en algunos casos cero hombres actantes o pensantes, esos libros simbólicos que tomaron fuerza al llegar el 2020. 

Todas aquellas féminas pensaban que no había nadie que mejor ejemplificara su ideología que la gran Raula. Resulta que nadie sabía tampoco si Raula era su verdadero nombre o una referencia al sexismo que se expresaba imperante en aquellas alocadas revueltas. Es el año 2045 y cualquiera puede llamarse como mejor le plazca. La mayoría tenía historias sobre el origen de Raula; la teoría conspiranoica más aceptable era la que decía que Raula en realidad se llamaba Paula y con el movimiento del feminismo de la sexta ola, se quitó las ideas machistas y aberrantes de forma física y, posterior como significativamente, con su nombre.

La opresión del heterosexualismo patriarcal ha sido vencido para estas fechas, todo gracias a este tipo de manifestaciones, se decían unas a otras. La fuerza mediática que gira en torno a estos grupos ve con buenos ojos y con normalidad que todas quieran sentirse parte de la revolución de género que inició a principios del siglo XXI.

Es terrible ver gente heterosexual en las calles, se sataniza y se margina este tipo de prácticas amatorias en público. Está prohibido manifestarse en contra de la ideología predominante, por eso Angélica vive convencida de que Raula es el amor de su vida, es toda una líder en esta época.

Cada que Raula se expresa al frente de una manifestación para solicitar más y nuevos derechos a la cúpula legislativa lo hace con magnífica claridad en su “lenguaje inclusive”. Angélica es demasiado femenina en contraste con Raula y piensa que eso también la invisibiliza mucho entre los senos que se acerca a las revueltas.

A veces para Angélica sería más fácil todo si tuviera más gordura y menos senos, quisiera achatarse las nalgas y reniega de su natural tono de voz rebosante de feminidad, son gestos que no se puede arrancar como el cabello o las uñas largas aunque nunca se ha depilado un solo bello en las piernas o axilas.

***

Ha pasado algo extraño en la última manifestación, hace unas horas, de hecho. Raula se ha quedado liderando una revuelta que ha sugerido la reacción del Estado como verdaderos opresores (como hace unos treinta años), y ahora sus compañeras cercanas se han dispersado en medio de una lluvia de gas lacrimógeno. Ha sido la oportunidad de Angélica de salvarle de entre la turba y así lo ha hecho.

Al llegar a la casa de Angélica, Raula se ha desmayado por el esfuerzo de la huida. Angélica aprovechando la idea de tenerla para ella, en la idealización de su imaginario amoroso, se ha quitado la totalidad de su ropa con el pretexto que está ya sudada y va al botiquín en auxilio a las contusiones de la peludita Raula.

Vaya tono de voz el de Raula, tan estéticamente ronco y masculinizado, nunca lo había oído tan cerca, parece enteramente una mujer descuidada de las depilaciones, tan mujer y tan ejemplo de feminismo. Angélica aspira el sudor de Raula y une sus mejillas al contorno de los de Raula.

Raula tiene el pelo descuidado, ni muy largo ni muy corto. Es hermosa, el estereotipo de lesbiana que Angélica desea.

Y de pronto al desnudarla, Raula… tiene pene, es un hombre. ¡Angélica no lo puede creer!

-¿Será que Raula se operó la vagina?... -se decía Angélica para sí.

Al volver Rogelio en sí, horas después, se halla en un cuartito descuidado y frente a una desconocida que le ha salvado de la turba. Angélica se llama, según descubre tras las presentaciones. Angélica parece una buena chica, pero tiene una cara de decepción y desagrado, no se explica la razón hasta que se ve desnudo al borde de una cama desordenada.

-¿Quién eres en realidad? ¿Estás 'operade'?... -el silencio se instaló incómodo.

-Yo... soy Rogelio -mencionó con dificultad, tras sentirse aún estúpido por la fatiga de la huida. Angélica terminó muda de estupefacción y sus ojos como platos de cerámica se clavaron en ese momento sobre sus manos sucias de haber tocado a un hombre de verdad.

Tras los segundos de incomodidad, Rogelio le cuenta a Angélica sobre su verdadera identidad y todo cobra sentido. Las mujeres que dirigen estos movimientos son mejor financiadas que los mismos diputados y Rogelio obtuvo su nueva identidad de Raula tras una supuesta operación equívoca, de castración por supuesto.

Rogelio era un guatemalteco cualquiera en la sala de recuperación de un centro de salud público, a él debían tratarle un quiste en la columna y a su lado tenían a un líder llamado a cambiar de género como era normal para 'todes' por aquellos días, las personas le confundieron por el número de habitación y de repente se vio rodeado de la devoción de mujeres empoderadas como Angélica. Empezó a corromperse y a lucrar asegurando que él era la “ella” que ellas querían y cambiando los expedientes médicos tras las primeras entrevistas con algo de dinero y amistades se hizo de su nuevo género/sexo.

***

Fue decepcionante para nuestros dos protagonistas, pero ahora mismo, en pleno 2052, en la Guatemala que todos amamos, se han visto cambios radicales a raíz de las numerosas muertes de varones que se han infiltrado en las cúpulas de mujeres feministas empoderadas, el sesgo anatómico es muy delgado.

Algunas de ellas creen que son hombres y algunos de ellos creen que son mujeres, los heterosexuales salen a protestar con mayor frecuencia y quieren igualdad de derechos sin discriminaciones de ningún tipo como hace cuarenta años. Nuestra Guatemala no estuvo nunca lista para degenerarse así de rápido como lo hizo “nuestre idiome".

lunes, 15 de mayo de 2017

Un café con dos de desempleo

Sigo preso de las libertades del desempleo. Cada día que bebo un sorbo de café con el periódico enfático de clasificados, sé que me enveneno de pobreza lentamente. Soy un esclavo buscando amo para asegurarme la vida infeliz, pero un poco más normal.

Salgo con la reducida cuota mordisqueada de mi último pasivo laboral, como un lobo hambriento, pero carente de dientes, garras y manada. La dieta que me impuse supone el recio aplauso de mi conciencia, nomás porque he sabido ahorrarme a diario unos sesenta pesos más de lo que nunca hice o quise. Si me saboreo unos dulces es por el sencillo que requiero para irme a las entrevistas en el transporte público (entrevistas que, obviamente, no pasan del cortés saludo y el efusivo "estaremos en contacto").

Vivo como quién se está muriendo en vida, con los recibos en la puerta acumulándose y el hedor de mi putrefacto vecindario desde que no recibe mi renta. Todo es más feo desde que no veo las quincenas efímeras con sonido a moneditas para pordiosero. No he sabido administrar el dinero ni en lo poco, menos en la "buena liquidación" con la que mi antiguo jefe me retribuyó cuatro años de maquilero, sin todas las prestaciones de ley ni auténticas sonrisas de gratitud. El tema es más complicado con lo que me queda. Si me da por ir a pie por el centro histórico tocando oficina tras oficina, perilla tras botón, tecla tras bolígrafo, me siento simplemente una mosca buscando la mejor mierda a flote.

Los salarios mínimos (que tan bien me vendrían) se me niegan desde casi seis meses, porque no tengo una licencia de conducir "profesional", ni el nivel de ignorancia requerido (porque cursé más de la primaria y soy un peligro cognitivo para crear sindicatos), ni poseo una computadora donde practicar mis reducidos y casi nulos conocimientos mecanográficos o tecnológicos.

Un amigo mío me ha dado unos libros hace poco y me he topado con que soy un desgraciado malagradecido por quejarme de esta manera, debido a que no tengo una familia que mantener y carezco de desmembramientos o dificultades físicas. Pero la verdadera razón por la que me vale un carajo lo que leí de esos autores de “autoayuda” y he mandado al diablo esos textos es porque si me faltara realmente un ojo o una pierna, quizá mendigando me iría mejor que ahora. ¡Sería un éxito de mano extendida recibiendo frente a un atrio!

Considero que puedo ya sea comerme un par de deditos (a lo mejor los anulares que son tan estéticos pero inútiles a la vez), vender algún órgano o algún brazo a alguien desesperado por completarse. Lo que sea, el fin es no morirme de hambre ni perder la dignidad, a menos hasta que el teléfono no llegue a sonar la semana que viene, porque huele a desalojo inminente.

Hasta entonces el respeto por mí mismo está en juego, sin embargo, no pienso jugar al ahorcado porque eso es darle la victoria fácil al sistema. El desempleo no es un mal de rutina, sino una tómbola en la que tienes suerte de salirte antes que otros o no...

Solo dos de azúcar para el café mañana; así, mientras ayudo al repartidor de periódicos por unas fichas, nadie me quita que sigo siendo notario colegiado (y graduado con honores, aunque mi único honor sea ser paciente con mi condición de inútil).

sábado, 22 de octubre de 2016

Cartas Sin Remitente

De nuevo la triste mierda de siempre. La muy cabrona no traía un remitente. Ya he perdido la cuenta de las tantas cartas que han llegado a mi despacho, las cuales no traen más de una página y pasan de lo absurdo a lo amenazante. Mi esposa sabe del mal semanal pero evito darle detalles.

Cada martes o miércoles no falta la jodida letra diminuta, retorcida y punzante en las ies como en las eles. Me siento estupefacto con algunos párrafos y me he divertido con otros, sin embargo más de alguna vez me han alcanzado escalofríos o sobresaltos que me dejan temblando las manos mientras se me detienen los ojos en palabras como "fascinación" o "exhortación".

¿Qué contienen las cartas? Quizá esa sea una pregunta errónea, más bien habría que preguntarse ¿por qué están escritas de esa manera? Es incluso obvio que la persona a quién estaban destinadas no era a mí, o al menos eso pienso por ahora. Tampoco existe un dato concreto sobre quién las envía o su razón de enviarlas. "¡Qué más da!" me repito consternado muchas veces.


***

Empecé a formular hipótesis. Sin saberlo hice luego rituales. Sin querer, me di cuenta de ciertos patrones en la forma de obtener una nueva carta. Vi por ejemplo que cada primera y última semana del mes, la carta llegaba en martes. Si la carta llegaba en otra semana distinta a la primera o la última del mes, llegaba miércoles. Si el mes iniciaba en fin de semana, todas las cartas del mes vendrían redactadas como máximo hasta la mitad de la página. De lo contrario, si el mes iniciaba entre semana, el redactor se extendía hasta cubrir casi toda la página.

La ortografía del remitente misterioso era impecable. No sabría cómo pero determiné que era un hombre porque se dirigía a sí mismo con tono dominante y jodidamente misógino. A juzgar por los temas que trataba tan dispersos y con tanta versatilidad terminé hallándolo una persona culta detrás de sus retorcidas formas de lenguaje. Jamás se dirigía al destinatario, o sea a mí (voluntaria o involuntariamente) por mi nombre. A veces juraría que entornaba frases tan lógicas y cuerdas que terminaban rompiéndose con alguna idiotez digna de consagrarse, haciéndose el imbécil o simplemente actuando su locura.

Siempre que conversaba con el cartero que llevaba la carta a primeras horas del día (que no era el mismo siempre, porque me explicaron que tenían turnos),  me topaba con el argumento de que ellos solo cumplían con llevar la carta y que desconocían más. La privacidad de los documentos que entregaban era uno de sus más consagrados lemas laborales y que si tenía alguna duda sobre ello, que moviera mi humanidad hasta la agencia postal y emitiera una queja si así lo deseaba.


***

El caso de las cartas llevaba poco menos de los dieciocho meses cuando noté algo más sobre estos sobresitos manila color mierda: se estaban haciendo un verdadero problema para mí. Ya se habían acumulado grandes cantidades de polias entre las hojas amarrillentas de mi despacho y mi esposa me importunaba con frases que reflejaban mis ritos y costumbres respecto a estas cartas como "Ya vas otra vez con café a tu despacho, de seguro con la tercera taza leerás alguna nueva cartita de alguien"; o me increpaba con el tedioso "Andas descalzo en tu despacho siempre que has leído esas cartas, ¡qué fetiche el tuyo!, podrías olvidar ya ese asunto y dejar de leerlas"; yo no me había dado cuenta que incluso dedicaba mis tardes de jueves a releer la carta de la semana para mí gusto y gana.

No sabría explicar qué fue lo que me llevó a otra cosa, tengo confusa la memoria. Una noche de viernes luego de hablar del tema con mi esposa y terminar más molesto de lo normal, me llevé todas las cartas conmigo bajo el brazo y salí a toda prisa en el auto. Llegué a la agencia de correo que estaba a unos quince minutos y entré solicitando a gritos que me llevaran al encargado de turno a mi presencia. Rotundo, regordete y sudoroso un empleado levantó el brazo y lo agitó en señal de que le diera un lapso de espera. Mientras tanto decidí volcar el manojo de cartas sobre el mostrador a la vista de otros dos carteros de turno que preparaban un cargamento nuevo de envío. Estos dos empleados me vieron de reojo, se sonrieron, intercambiaron susurros y se fueron rápidamente. Cuando tuve la oportunidad de ver que se acercaba el tipo regordete y con cara de buena gente ante mi solicitud lo noté desconcertado y cuando al fin lo tuve cerca le expliqué mi problema postal mientras él ponía su cara de perfecto imbécil con sus ojos pequeñitos.

Luego de la charla con excesivos detalles con la que argumenté mi desagrado por el error que tuvieron, le cedí la palabra para atender qué escondía tras su mutis. Me vi sorprendido por la facilidad con la que tomó las cartas luego de escucharme y ordenándolas con un par de movimientos en silencio se dirigió a mí con unos gestos similares al que me dio cuando entré. Después dispuso de una hoja de papel carta amarrillenta que sacó de la parte baja del mostrador y con la misma letra que ya conocía a través de las cartas dispuso un texto así: "Tardaste mucho en venir, te felicito, ahora da la vuelta y escóndete. Pero recuerda es mi turno y si tú no venías armado, yo sí."

Las sombras de papel impregnado en mis manos en silencio se quedaron. El hombre de ojos diminutos de pronto se marchó sin haberlo previsto. Un cuchillo pasó bailando sobre mi hombro y al verme desangrando con un corte limpio de la hoja de acero, corrí tan rápido como pude hacia las puertas de la jodida agencia postal. Abrí el carro y al nomás arrancar un puto estallido de escopeta batió el vidrio trasero. Maldije.



***

Jamás en mi vida he vuelto a ver al tipo de la oficina de correo que me mandaba las cartas. Y juro que jamás antes lo vi. Ahora jugamos al escondite con mi esposa. Nos mudamos cada dos semanas o antes si notamos algún acercamiento (o carta sospechosa, incluidos los recibos y facturas).

Yo no sé cuánto tiempo más nos queda. Anoche alguien reventó nuestras llantas y ya hemos dejado en menos de diez semanas una enorme cantidad de vehículos, lugares a los que seguro no volveremos y retazos de papel de dudosa procedencia.

Ahora estoy dejando esta carta sin remitente para que cuando alguien quiera saber de mí, cuente que fui un turista forzado y un perseguido sin auxilio, que sucumbió al caprichoso juego de esconderse sin saber porqué. Después de todo ¿quién le creería a un hombre con el cadáver de su esposa en el baúl y con una herida expuesta, sin opción a detenerse por temor a un hijueputa que ni conoce?

viernes, 21 de octubre de 2016

El accidente sin memoria

Daban las tres de la tarde, la calle se silenciaba y el calor seco se enternecía con los ojos de una dama. Ella se alejaba a paso lento. La ciudad se erguía en todos los puntos cardinales y el aire se sentaba a su lado. Se saludaban cerca otras mujeres más bonitas, según le parecía.

De pronto, eran las cinco ya y el trecho recorrido en una sola dirección le parecía apenas corto. Se sentía ansiosa y paranoica, aunque no lo estaba. La gente de pronto empezó a borrarse delante y detrás. Los letreros empezaban a iluminarse y las personas se atravesaban a sus costados en prisas incoherentes sobre neumáticos y sobre baches mal parchados.

Su mirada era liviana, su piel cada vez más nívea. Ella, que no llamaba la atención de ninguno, se dirigía sin rumbo aparente al frente. No volteaba a ver a nadie, así como nadie la volteaba a ver y de pronto, casi a media noche, se frenó para hacer una fotografía mental de su extenso recorrido.

Le arropaban los estupores metálicos de los focos amarillentos. El olor a sangre que manaba de su cuerpo se intensificaba. Los talones descalzos ya gastados y el frío rocío de la madrugada iniciaban en ella una metamorfosis de visibilidad escalofriante.

Casi irreconocible de sí, gritó y gimió. Se calmó conforme la conciencia se reconciliaba con su piel y sus cicatrices. Al verse sola advirtió recuerdos inmediatos, pero no precisos: un carro, llanto y miedo, paramédicos a destiempo, una lluvia que ennegrecía la sangre derramada y una bastarda necesidad de saberse muerta.

Ya casi asomaban las tres de la mañana, el manto estrellado acordonaba la carretera y cuatro jóvenes casi borrachos que viajaban a toda velocidad no la advirtieron por asomo hasta tenerla casi al frente. El auto volcó fuera de la cinta asfáltica. La lluvia asomó y con ella el estallido del tanque de gasolina que arrojó carbonizados dos de los cuatro cadáveres.

La dama, cuyos pies gastados y descalzos había montado un nuevo teatro, se cobraba cuatro almas nuevas. Se incorporó con indiferencia y olvido desde el suelo y empezó otra nueva caminata en la misma dirección para desvanecerse de la escena con sus ropas igual de rasgadas sin saber que doce horas después estaría por despertar de su insomnio maldito otra vez.

domingo, 12 de enero de 2014

Arácnidos Mentirosos

Fue desde pequeña que Silvia conoció y se cuidó de aquellas ocho patitas, que según ella, siempre habitaban en un rincón alejado bailando sobre telas blancas. Tenía más claro que el agua sus agudos conocimientos de exterminio por su experiencia, pero le reproducía un terrible asco tener que saber lo que otros sabían de arañas, quizá para sentirse segura para sí misma pensando que no existían tantas como se mencionaba, o la sencilla y apasionada fobia le impedía verlas en ampliadas fotos con datos científicos, porque, qué podría tener de científico un insecto destinado a clavar sus colmillos en vidas humanas.

También fue ese temor instintivo e improvisado lo que le llevó a conocer a su esposo como tal, Adrián. Del mencionado encuentro con Adrián, rescata con sus amistades, que no fue más que la obsesiva pasión extendida como red en aquella oficina, de su entonces jefe. El show fue acrobático, y de no ser por Adrián, Silvia hubiera conocido de bruces el final de su maniobra, cuando al presentarse para hablar del mal récord de ventas que llevaba el departamento y cuanta porquería financiera se encerraba en medio de aquellos papeles resaltados con números rojos, se detuvo en silencio para asomarse a la telaraña que alojaba presas y sobre todo, al cazador en pleno movimiento arácnido y repulsivo. De puntillas, sin zapatos de un momento a otro, salto sobre el estante, un seco asesto contra la residencia del arácnido y los brazos de Adrián apenas previos al suelo, después de eso... boda y dos hijos.

Había conocido otras plagas, por supuesto que sabía bien de la existencia de ratones, cucarachas y alacranes, de sus nidos y de su modus vivendi, en casas y en exteriores, enjambres que adornan las ventanas, del escurridizo mapache noctámbulo y de la serpiente que llegó al jardín cuando ensimismada en la rutina recortaba su rosal. Pero de eso, nada le perturbaba tanto como aquella manifestación de boca de tijera, entre ocho columnas delgadas y lúgubres en aspecto de acecho, a veces rápida y reptante entre rincones, desafiando la gravedad, otras veces estática, lenta, paciente a quién sabe qué. Desde niña las apreció y aborreció, su instinto le dictaba erradicarlas y sobre todo alejarlas de sus telarañas, como si eso les quitara la vida con más efectividad que un apretón de suela de zapato.

La vida se cansa, le jugó una broma, una terrible al no querer enterarse más de lo que experimentaba ella misma con las arañas, prefería animarse con su realidad, pensar que era verdad lo que ella quería que fuera verdad, pensar que esos detestables animales de mortal vitalidad, sólo eran reales en sus telas o cerca de ellas, una triste irrealidad de mentiras que se llevó hasta el último día que existió.

Y ese día, no tardó, era una madre joven aún; adormecida en sus quehaceres, Silvia dejó ir a sus hijos y esposo como cualquier otra mañana. Se asomó al jardín para limpiarlo en la rutina que se asignaba y en el extremo de la cerca vio una araña. Esta vez detuvo con atención su mirada, sus pasos fueron secos y lentos como para no dejarla ir, ésta era más singular, nunca la reconoció en sus recuerdos, no la vio existir. Su cotidianidad de hacer pedazos sus cuatro pares de patas sobre el abdomen empezaba a maquinarse, aunque con más cautela que otras veces.

La impresión fue ingrata, no encontró una sola telaraña cerca de aquel infeliz visitante. Se la imaginó saltando de su sitio, pero no pasó nada en aquella proximidad. Escudriñó más tranquila, buscó hasta en la entrada de la casa, y por sobre la cerca del vecino sin detectar telaraña alguna. El morbo tomó lugar del pánico al ver que mientras ella se movilizó por todo el lugar, la pequeña criatura no había cambiado su posición ni un poco. Tan negra y tan simple, se la imaginó muerta ya, tanto mejor que un médico delegando un acta de defunción.

Más impaciente que decidida dirigió la mano al abdomen ovalado de la trepadora inerte, luego de pensar si iba por un frasco o la tumbaba inmediatamente a golpes. Adivinó entonces su muerte el insecto y se relajó como lo hubiera hecho otro por instinto de sobrevivir. Ante el gozo estético que le brindaba el tatuaje rojo que veía, recubriendo el negro trasfondo, se paralizó más de deleite que de miedo, porque la pensó muerta quizá y no sabía de aquella letal arma de la naturaleza que recogió sin pensar en veneno como con otras. Sin saberlo fue una picadura en su palma la que se llevó su alma. Mientras ella admiraba al inmutable insecto, que permanecía estático, a la visión de quien no tardaba en morir sin saberlo. Porque siempre escapó de conocer lo que debía de ésta y ahora el inoportuno viento le propinó el fin que le demostraba su error, evadiendo saber sobre el reloj de arena que su existencia nubló.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Deep Black

Para la única SOLEDAD capaz de ASOLAR mi vida...

De profundo negro azabache, el azufre que cubre su cima, el encaje que no deja desnuda su piel de nieve febril, y el evidenciado corazón que dirige su parecer.

Combustión de sobra para quien participa con otro que no fuera su nombre. Deep Black en honor al sabor de arena volcánica que la memoria le disuelve al verla mentalmente. Él trabajador de finanzas, ella la mejor amante de su lista. Aquella lista que tachados conserva nombres y apenas los rostros de irreconocibles rasgos menores. Sobresale ella, que por ser primera luna del primer verso de su corazón, se quedó primera aunque de verdad poco recordara de la que fuera su novia en vez primera.


...

Sangre derrama el broche de su cuello, del botón más alto a la orilla de la cama, inútil carmesí líquido endureciéndose por la gravedad que hiciera más espeso el conglomerado vino tinto de tanta ropa apenas seca. Ella conversa despacio, él le tiende la mano, se fijan intensos los ojos e intuye bien ella que no saldrá viva, mientras suspira el alivio de la tortura ya inerte de cuerpo, luego inerte de sentir y decidir. Él avanza con la mano suelta tras el cuello de la muchacha y la empuñadura de la daga infiltrándose hasta el borde de la manga.

Es noticia sin impacto, de gusto cansado, el típico banquero de corbata que se anota dispuesto al servicio al cliente del otro día, pretendiendo ser villano de su amor sin medida, el cuerpo destensado y el bullicio afamando, que mató por placer antes de que la traición de una castaña mujer, le llegara a su orgullo, los celos probar y beber.

La familia de ella entró esta vez en la vida de él. Deep Black tenía las manos manchadas de sangre, el celular en el piso y a su espalda, los ojos acariciados de espanto y alegría, por saber que le reconocía quienes pudieron ser su familia política. Las palabras en el ambiente no estaban claras, ni siquiera los pasos hacia la patrulla estaban claros, los gritos de las que él quiso considerar por una vida cuñadas, sabía que se alimentaban más de desprecio por ellas mismas que por él, el hecho de que ellas le dieran las pistas para llegar a darle una visita a la castaña sombra de su hermana, ahora víctima, les hacía cómplices sin desearlo ni serlo siquiera.

Pero Deep Black era el único que conocía la realidad detrás del destajo justiciero al que le denominaban todos los medios de comunicación como "crimen". La voluntad de abrazar los barrotes de una celda tras un femicidio, no fue al principio tan aceptada, y ahora la única persona con capacidad de explicar tan singular situación estaría unos 2.5 metros bajo tierra. Porque las causas de acabar con una vida humana casi siempre son venganza pero lo único que tenía el planeta de este teatro bullicioso con letras amarillistas, era a un banquero arquitecto de una obra sanguinaria; pruebas como la llamada hecha por el mismo Deep Black al terminar el crimen, la daga que ornamentaba la casa de la víctima, y un hermoso y níveo cadáver que perdía su belleza con cada milésima de segundo que le coqueteaba al reloj de cualquiera.

La catarsis del juzgado fue no poder sacarle con las palabras más endulzadas ni con las más soeces una causa o razón que justificara toda la escena, en cambio se encontraron con un banquero y poeta, con palabras más o menos rebuscadas, de corbata gris perlada, bufanda lapislázuli perfumada con algo caro, zapatos negros impecablemente lustrados, camisa conrintísima y aquellos pantalones color luto, que recitaba su culpabilidad sin dar motivos o mostrar consecuencias psicológicas fuera del tribunal cuando llevaba su saco del mismo tono que su pantalón, haciéndolo un espectro de pesadillas para la familia de quien le inspiró ese pseudónimo.


...

Para aquel atardecer pintado palorosa, el recibimiento en la habitación donde Deep Black fue invitado por la mujer que tenía especial intensidad en su alma, constaba de un leve sofocamiento, ni siquiera parecía tan espaciosa desde afuera donde solo se apreciaba la espejeada ventana tintada del color del cielo. Las cortinas se corrían de delgadas a anchas entre los aterciopelados dedos de la chica. Un discreto perfume de mujer recorría cada pared como aconsejando comodidad y sugiriendo que era éste el dormitorio principal. A partir del momento en que la Castaña se relajó, sobre la cama con su nuevo look de lisos y febriles cabellos azabaches rodeándole discretamente la espalda, Deep Black supo que era una invitación a quedarse como si ella fuera la que estuviera esperando ese momento de su vida.

Se quedaba a oscuras y en silencio el techo de la alcoba, permanecía sutil el ingrato clima de su desnudez, la Castaña de lisos negros recostada en el pecho de Deep Black aún gastaba su aliento en perfumar de suspiros el gozo de permanecer tan juntos, uno con otro. Pero debía poner fin al llanto que le acontecía en los cimientos de su alma, ella hace mucho que cargaba con una realidad ajena de sí. Conocía el fin de la tortura porque era un camino empedrado con intenso final carnal, y allí, cuando el éter de su encaje se enredaba de nuevo sobre el marfil tibio de su piel, rogó ser escuchada y lo fue. Deep Black conservó cada palabra en silencio, como almacenando agua en un vaso, sabiendo que cuando ya no hubiera más agua para llenarlo, sería él quien tomaría la responsabilidad de acabar con sufrimientos que le perseguían a él, así como a su amada de volcánicos retazos sobre vainilla.

Así se entregó ella al altar de su casa, sin saber que era sacrificio, y él la tomó como quiso siempre, pero sin esperar más que el gusto de vivir su vida tal y como la conocía hasta ese momento. Ella murió sola, porque no quería engendrar a quien no reconocería su lado paterno, él murió solo, en la celda, pero de vejez por callarlo todo. Se contentaban en su lecho de muerte, porque esperaban ansiosos que la vida que conocían, les consideraría para la próxima, una casa estilo canadiense, compartiéndose el tiempo que tanto desperdiciaron en esta, sus hijos esta vez serían fruto del amor entre los dos y gastarían cada alba para ser más pareja que lo que fingieron carnalmente en el primer intento.


...

El único secreto que no se compartió en el destino de estos dos amantes sin fortuna, fue que Deep Black no se suicidó inmediatamente después de ejecutar a la Castaña de hebras oscuras. El consentimiento que le hizo ella a su asesino amante no concuerda con hacerlo vivir hasta su senectud. Algunos creen que Deep Black recobró algo de cordura tras ver a su amada tendida sin pulso entre la claustrofóbica alcoba, otros creen que, al contrario, Deep Black por ser algunos años menor en edad que la Castaña, deseaba ser mayor al momento de su muerte para agradar en su otra vida, con sorpresa, a su idílica mujer; esas razones ya no tendrán importancia entonces.

domingo, 29 de septiembre de 2013

La contemplativa

Ella es una mujer hecha virgen sin pedirlo, una constelación con caricias adornando sus florecidas estrellas, es el vivo conjunto aromático de virtudes que descansan en su rutina de trabajo.

Todos acuden a ella, por ser mujer, algunos; por ser soltera, otros; por ser mujer, muy pocas; por ser amiga, nadie. Ella es el principio de las conversaciones de envidia y de lujuria, pero pone más caso a asegurar ser el final de cada tema en la oficina como en la calle, quizá por fama o por poder y alguno pensará que por sexo.

No tiene familia porque no la desea cerca, no tiene amor porque le sobra, no tiene lo que otra doncella en su lugar tendría ni lo que a su edad una mujer acostumbra reprocharse. Tal vez es la falta de tiempo o el inicuo suspiro de lo hondo del alma, que, como reloj suizo, apunta a la extinción de sus milagros en suelo y cama.

Se siente consagrada con la admiración de cada hombre que sin buscar la encuentra o que por encontrarla se pierde. Pero no capta la única esencia que de verdad le completa la boca y la existencia, debe ser porque el que amó aún la engaña o porque sigue engañada creyendo que jamás lo ha perdido.

Nunca se sabe más en su caminar, que esta dama de manto estrellado llama al llanto con súplicas para interceder por el gozo carnal de un hombre, así como para prostituir el calor de cada vela que le avientan los ánimos femeninos, por cada ser que no se atrevió nunca a volver, de la piel incendiaria que ella les prometía.

Ella siempre calla el aire que se cuela en las paredes de su religión, porque de hablar más en cada reunión, sabría su jefe la ignorante secretaria que contrató para darle a sus ojos placentera diversión. Mejor callada que delatada, porque el aburrimiento la mata y la falda la siente, más que la rendición de cuentas, pasada de larga.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Mi Ser Atado

Compuesta de aires fríos, lluvias estridentes y algunas silentes, compuesta de gripes, de melancólicas tardes grises, incluyendo mañanas seducidas por nieve, porque está compuesta así su vida cuando invierno es, consumida entonces permanece, en ese mundo tan suyo. Y atándome tras ella, algunas veces también al frente, yo vivo.

De marzo a junio me esconde de todo, mi vista queda privada del sol sin sus manos, evita encontrarme, prefiere abandonarme mas yo, me he acostumbrado a su costumbre de no buscarme en esos meses ni para dejarme oírla. A mí me gusta más el resto del año, esa temporada de julio a febrero que se cuela con hielo salpicado, timidez y los labios al cuello que disfruta con tanto interés de mí.

Soy el máximo responsable de su bienestar en el peor de los climas, el que mejor le hace sentir cuando no está en su casa, expuesta al riesgo de respirar. Indudablemente soy importante para ella, siempre y cuando no encuentre su calendario al verano.

Detesto que me deje perdido sin la menor explicación, muchas veces me siento plantado, un retazo de cariño alejado en pleno día nublado, lo odio y demasiado porque me siento relegado de su tacto, relevado aunque suspire de celos. Me ha vedado de compartir muchos de sus momentos y vivencias, no es reproche, son de nuevo celos, celos que son míos todos.

Desde que nos conocimos en un centro comercial, -casualidad y azar que se llegan a entrelazar- ella dijo que fue amor a primera vista, entonces yo también lo pensé, y desde entonces también las fibras de mi alma se confunden con el viento cuando sin ella me encuentro, a su lado siento de verdad mi ser completo, algo atado, quizá dependiente a su nívea piel helada, sin embargo, completo.

Tan entregado amor como el que le profeso, sé que no tendrá, mas me temo que desde que nos conocemos, con el paso repetitivo de las estaciones ella me tiene más distante, yo lo noto. Ella evade mis abrazos que son caricias, besos y una que otra incitación a la desnudez de su cuerpo. Hasta el día de hoy nada he encontrado para solucionarlo, pero creo que se debe a que ella nota en mí algo también, puede ser el desgaste que siento en semejante amorío, es que yo me otorgo todo y ella callada, evita mis brazos que son boca también. O debe ser porque soy pésimo para las palabras y ella peor para darme razones y respuestas en esas conversaciones que acaban en monólogos.

En cada frase expuesta, no mentí ni oculté alguno de mis sentimientos, parece mi amor por ella una flor atormentada en plena tempestad cuando más seguro estoy de que me ignora, espero de verdad que no me bote, yo primero escogería desgarrarme el cuerpo entero que perderme el próximo invierno atado a su existencia.

Hasta el día que haya de distanciarme de su mano tiritando de escalofríos, yo, tras el acecho de una sospecha de culpa, no dejaré de amarle. Pero hasta entonces seré lo que soy en aquella extensión de alegría que le puedo brindar aún hoy, en aquella poética forma de hacerle más ameno el gusto de estar cálida, en aquello todo y en las deshiladas horas que se proponga tenerme, le contemplaré en su belleza, sólo porque se precia de compartirme la cercanía de sus labios más que a cualquier otra prenda...

Firma: Bufanda.