Introducción

El poeta que bebe café sabe bien
que el único mejor aroma
entre la tinta y la taza
es el perfume de su amante.

-Rodrigo Villalobos F.

viernes, 7 de noviembre de 2014

A La Chica De Un Mediodía De Noviembre

Hablarle,
pudo ser como arrojar una piedra al estanque,
pudo ser el mejor error en mi vida
pero no por ser el mejor dejaría de ser error.

Pudo tener repercusiones
pudo tener consecuencias en su vida más que en la mía.

Hablarle,
pudo ser como arrojar una piedra al estanque
porque como pececillo asustado pudo haber huido,
quizá también pudo haberme amado;
haberse enamorado y quedarse conmigo también pudo.

Aún así, pude verle tan distraído
la sutilísima fisionomía,
falta de altura y dichosa en sus márgenes.

Era su espalda, tan envolvente,
e incitadora hasta en el lunar
que se dibujaba en el costado
bajo la prenda de delgado encaje.

Consideré beberla de un solo sorbo,
al fondo de mis mayores lujurias,
pero me detuvo su mirada,
que invitada por la mía se perdía en confusión,
se quedó ahí estática y sin voz.

Hablarle,
pudo ser como arrojar una piedra en aquel estanque
de tranquilidad e incalculable juventud.

Hablarle
hubiera sido lo más parecido
a manchar un Rembrandt con la mano sucia.

Estrecha la fila de gente
entre los alfileres líquidos bajo sus cejas
y mis mortales y debilitados ojos viciados de amor,
¿qué era yo para ella?
eso nunca lo sabré.

Maleable ante esa presencia intensa
como ninguna fémina antes pudo,
estuve consumido en contemplarla porque era arte en carne,
era mía en mi mente.

Hablarle,
pudo romper el embellecido cristal
que ornamentaba sus labios de silencio.

Hablarle seguro habría desatado algo diferente
en el ánima perfumada de belleza
que se antojaba a mis manos y a mi ideal.

Casi obtuve su nombre
porque casi quemaba con mis dedos la soltura de su cabello
cuando me acerqué más,
cuando rogaba a mi Dios que me diera cuanto ella era.

Hablarle,
pudo ser el hurto de una paz compartida;
el más estúpido susurro vocal
que desencadenara un eco veraniego
en los pétalos de vidrio escarlata
esculpidos en la parte baja de su cara.

La temí mía, por celos,
la perdí ajena, por no verla morir,
era la acuarela de ensueño más viva y real
que un dios pudo crear, llorar y matar.

Fue infortunio, casualidad, daño colateral
o tan solo el soplo otoñal
que a mi ser hizo
del resto del mundo dudar en existencia.

El único bosquejo que rasga mi memoria
está en azul y negro
con el pelo castaño claro, casi de espaldas,
saturada de blancura,
diluida de pasos cortos y casi estáticos,
embriagada de enfrentarse a mí sin haberme tomado.

Escribirle,
a la chica de un mediodía de noviembre
es ver lo invisible;
es acabar por hablarle con entendimiento
a este moribundo corazón
que se mancha de voluntad por volverla a buscar.

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