Y el viento elevó su perfume,
arrojó mis hojarascas de suspiros sin aliento,
calmó la tensión de un posible dolor,
vertió remolinos de nostalgia
y todo para aplacar la sensación de soledad
sin tener que llorarla ni desearla,
ni siquiera olvidar que debo recordarla.
Y se quedó con los cabellos sin mi tacto,
en medio del encanto,
con la cara volteando e ignorando,
con mis sueños en el escote de su espalda,
con todo menos conmigo,
ya cruzando ese mar doblegado
a la belleza de su amorío condenado.
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