Para Carmen
Los ojos en la página amarillenta,
los labios al poniente,
la flor de tu voz haciéndose tenue
y la travesura de acercarte.
¿Por qué tan breve el instante,
las líneas que recitas
y el suspiro antes de nombrarme?
Tus dedos delatan que quieres algo,
lo encubren cada vez menos,
no es que solo lleven la lectura...
Ahora me pides irnos claros y sin pausa,
mudar el sentir de tomarnos de la mano
y treparnos la piel como esas rimas.
Te correspondí con las mismas ganas
y olvidando la diferencia de nuestras edades;
me confiesas -ya sin ropa- que al nomás saludarte
habías dejado de leer aquello.
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