La conocí tan de a poco y sola:
primero le di espacio a mi mano,
de pronto peso a un cristal vano,
al final líquidos al son de la rocola.
Tras el primer trago ahí estuvo:
primero de pie presentándose a mí,
de pronto yo contándole todo de ti,
al final no le importó si una plática hubo.
Al principio disfruté lo que había:
un tanto de lujuriosa indiscreción
alejó nuestra última discusión.
Al terminar mi vergüenza no cabía:
la sobra de mi estupidez obvia
gritaba infidelidad a mi novia.
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