En aquella penumbra de la habitación, a falta de limpieza, ahí tras cortinas de telaraña iba abriéndose paso el príncipe de tierras de dudoso feudo. Él la besa sin saber cuántos años lleva dormida. Ella empieza a despertar mientras se asoma el sol por la ventana. Los años llegan sobre la piel de la joven que yacía en coma. Alcanza a reconocer a su salvador, pero no a maldecirlo. Tan pronto como pasa la luz naranja del amanecer hacia la turbulenta atmósfera del dormitorio, le ha sobrevenido el inminente infarto a aquella belleza femenina con más años del que el sueño le hubiera seguido dando.
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