Para la única SOLEDAD capaz de ASOLAR mi vida...
De profundo negro azabache, el azufre que cubre su cima, el encaje que no deja desnuda su piel de nieve febril, y el evidenciado corazón que dirige su parecer.
Combustión de sobra para quien participa con otro que no fuera su nombre. Deep Black en honor al sabor de arena volcánica que la memoria le disuelve al verla mentalmente. Él trabajador de finanzas, ella la mejor amante de su lista. Aquella lista que tachados conserva nombres y apenas los rostros de irreconocibles rasgos menores. Sobresale ella, que por ser primera luna del primer verso de su corazón, se quedó primera aunque de verdad poco recordara de la que fuera su novia en vez primera.
Sangre derrama el broche de su cuello, del botón más alto a la orilla de la cama, inútil carmesí líquido endureciéndose por la gravedad que hiciera más espeso el conglomerado vino tinto de tanta ropa apenas seca. Ella conversa despacio, él le tiende la mano, se fijan intensos los ojos e intuye bien ella que no saldrá viva, mientras suspira el alivio de la tortura ya inerte de cuerpo, luego inerte de sentir y decidir. Él avanza con la mano suelta tras el cuello de la muchacha y la empuñadura de la daga infiltrándose hasta el borde de la manga.
Es noticia sin impacto, de gusto cansado, el típico banquero de corbata que se anota dispuesto al servicio al cliente del otro día, pretendiendo ser villano de su amor sin medida, el cuerpo destensado y el bullicio afamando, que mató por placer antes de que la traición de una castaña mujer, le llegara a su orgullo, los celos probar y beber.
La familia de ella entró esta vez en la vida de él. Deep Black tenía las manos manchadas de sangre, el celular en el piso y a su espalda, los ojos acariciados de espanto y alegría, por saber que le reconocía quienes pudieron ser su familia política. Las palabras en el ambiente no estaban claras, ni siquiera los pasos hacia la patrulla estaban claros, los gritos de las que él quiso considerar por una vida cuñadas, sabía que se alimentaban más de desprecio por ellas mismas que por él, el hecho de que ellas le dieran las pistas para llegar a darle una visita a la castaña sombra de su hermana, ahora víctima, les hacía cómplices sin desearlo ni serlo siquiera.
Pero Deep Black era el único que conocía la realidad detrás del destajo justiciero al que le denominaban todos los medios de comunicación como "crimen". La voluntad de abrazar los barrotes de una celda tras un femicidio, no fue al principio tan aceptada, y ahora la única persona con capacidad de explicar tan singular situación estaría unos 2.5 metros bajo tierra. Porque las causas de acabar con una vida humana casi siempre son venganza pero lo único que tenía el planeta de este teatro bullicioso con letras amarillistas, era a un banquero arquitecto de una obra sanguinaria; pruebas como la llamada hecha por el mismo Deep Black al terminar el crimen, la daga que ornamentaba la casa de la víctima, y un hermoso y níveo cadáver que perdía su belleza con cada milésima de segundo que le coqueteaba al reloj de cualquiera.
La catarsis del juzgado fue no poder sacarle con las palabras más endulzadas ni con las más soeces una causa o razón que justificara toda la escena, en cambio se encontraron con un banquero y poeta, con palabras más o menos rebuscadas, de corbata gris perlada, bufanda lapislázuli perfumada con algo caro, zapatos negros impecablemente lustrados, camisa conrintísima y aquellos pantalones color luto, que recitaba su culpabilidad sin dar motivos o mostrar consecuencias psicológicas fuera del tribunal cuando llevaba su saco del mismo tono que su pantalón, haciéndolo un espectro de pesadillas para la familia de quien le inspiró ese pseudónimo.
Para aquel atardecer pintado palorosa, el recibimiento en la habitación donde Deep Black fue invitado por la mujer que tenía especial intensidad en su alma, constaba de un leve sofocamiento, ni siquiera parecía tan espaciosa desde afuera donde solo se apreciaba la espejeada ventana tintada del color del cielo. Las cortinas se corrían de delgadas a anchas entre los aterciopelados dedos de la chica. Un discreto perfume de mujer recorría cada pared como aconsejando comodidad y sugiriendo que era éste el dormitorio principal. A partir del momento en que la Castaña se relajó, sobre la cama con su nuevo look de lisos y febriles cabellos azabaches rodeándole discretamente la espalda, Deep Black supo que era una invitación a quedarse como si ella fuera la que estuviera esperando ese momento de su vida.
Se quedaba a oscuras y en silencio el techo de la alcoba, permanecía sutil el ingrato clima de su desnudez, la Castaña de lisos negros recostada en el pecho de Deep Black aún gastaba su aliento en perfumar de suspiros el gozo de permanecer tan juntos, uno con otro. Pero debía poner fin al llanto que le acontecía en los cimientos de su alma, ella hace mucho que cargaba con una realidad ajena de sí. Conocía el fin de la tortura porque era un camino empedrado con intenso final carnal, y allí, cuando el éter de su encaje se enredaba de nuevo sobre el marfil tibio de su piel, rogó ser escuchada y lo fue. Deep Black conservó cada palabra en silencio, como almacenando agua en un vaso, sabiendo que cuando ya no hubiera más agua para llenarlo, sería él quien tomaría la responsabilidad de acabar con sufrimientos que le perseguían a él, así como a su amada de volcánicos retazos sobre vainilla.
Así se entregó ella al altar de su casa, sin saber que era sacrificio, y él la tomó como quiso siempre, pero sin esperar más que el gusto de vivir su vida tal y como la conocía hasta ese momento. Ella murió sola, porque no quería engendrar a quien no reconocería su lado paterno, él murió solo, en la celda, pero de vejez por callarlo todo. Se contentaban en su lecho de muerte, porque esperaban ansiosos que la vida que conocían, les consideraría para la próxima, una casa estilo canadiense, compartiéndose el tiempo que tanto desperdiciaron en esta, sus hijos esta vez serían fruto del amor entre los dos y gastarían cada alba para ser más pareja que lo que fingieron carnalmente en el primer intento.
El único secreto que no se compartió en el destino de estos dos amantes sin fortuna, fue que Deep Black no se suicidó inmediatamente después de ejecutar a la Castaña de hebras oscuras. El consentimiento que le hizo ella a su asesino amante no concuerda con hacerlo vivir hasta su senectud. Algunos creen que Deep Black recobró algo de cordura tras ver a su amada tendida sin pulso entre la claustrofóbica alcoba, otros creen que, al contrario, Deep Black por ser algunos años menor en edad que la Castaña, deseaba ser mayor al momento de su muerte para agradar en su otra vida, con sorpresa, a su idílica mujer; esas razones ya no tendrán importancia entonces.
De profundo negro azabache, el azufre que cubre su cima, el encaje que no deja desnuda su piel de nieve febril, y el evidenciado corazón que dirige su parecer.
Combustión de sobra para quien participa con otro que no fuera su nombre. Deep Black en honor al sabor de arena volcánica que la memoria le disuelve al verla mentalmente. Él trabajador de finanzas, ella la mejor amante de su lista. Aquella lista que tachados conserva nombres y apenas los rostros de irreconocibles rasgos menores. Sobresale ella, que por ser primera luna del primer verso de su corazón, se quedó primera aunque de verdad poco recordara de la que fuera su novia en vez primera.
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Sangre derrama el broche de su cuello, del botón más alto a la orilla de la cama, inútil carmesí líquido endureciéndose por la gravedad que hiciera más espeso el conglomerado vino tinto de tanta ropa apenas seca. Ella conversa despacio, él le tiende la mano, se fijan intensos los ojos e intuye bien ella que no saldrá viva, mientras suspira el alivio de la tortura ya inerte de cuerpo, luego inerte de sentir y decidir. Él avanza con la mano suelta tras el cuello de la muchacha y la empuñadura de la daga infiltrándose hasta el borde de la manga.
Es noticia sin impacto, de gusto cansado, el típico banquero de corbata que se anota dispuesto al servicio al cliente del otro día, pretendiendo ser villano de su amor sin medida, el cuerpo destensado y el bullicio afamando, que mató por placer antes de que la traición de una castaña mujer, le llegara a su orgullo, los celos probar y beber.
La familia de ella entró esta vez en la vida de él. Deep Black tenía las manos manchadas de sangre, el celular en el piso y a su espalda, los ojos acariciados de espanto y alegría, por saber que le reconocía quienes pudieron ser su familia política. Las palabras en el ambiente no estaban claras, ni siquiera los pasos hacia la patrulla estaban claros, los gritos de las que él quiso considerar por una vida cuñadas, sabía que se alimentaban más de desprecio por ellas mismas que por él, el hecho de que ellas le dieran las pistas para llegar a darle una visita a la castaña sombra de su hermana, ahora víctima, les hacía cómplices sin desearlo ni serlo siquiera.
Pero Deep Black era el único que conocía la realidad detrás del destajo justiciero al que le denominaban todos los medios de comunicación como "crimen". La voluntad de abrazar los barrotes de una celda tras un femicidio, no fue al principio tan aceptada, y ahora la única persona con capacidad de explicar tan singular situación estaría unos 2.5 metros bajo tierra. Porque las causas de acabar con una vida humana casi siempre son venganza pero lo único que tenía el planeta de este teatro bullicioso con letras amarillistas, era a un banquero arquitecto de una obra sanguinaria; pruebas como la llamada hecha por el mismo Deep Black al terminar el crimen, la daga que ornamentaba la casa de la víctima, y un hermoso y níveo cadáver que perdía su belleza con cada milésima de segundo que le coqueteaba al reloj de cualquiera.
La catarsis del juzgado fue no poder sacarle con las palabras más endulzadas ni con las más soeces una causa o razón que justificara toda la escena, en cambio se encontraron con un banquero y poeta, con palabras más o menos rebuscadas, de corbata gris perlada, bufanda lapislázuli perfumada con algo caro, zapatos negros impecablemente lustrados, camisa conrintísima y aquellos pantalones color luto, que recitaba su culpabilidad sin dar motivos o mostrar consecuencias psicológicas fuera del tribunal cuando llevaba su saco del mismo tono que su pantalón, haciéndolo un espectro de pesadillas para la familia de quien le inspiró ese pseudónimo.
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Para aquel atardecer pintado palorosa, el recibimiento en la habitación donde Deep Black fue invitado por la mujer que tenía especial intensidad en su alma, constaba de un leve sofocamiento, ni siquiera parecía tan espaciosa desde afuera donde solo se apreciaba la espejeada ventana tintada del color del cielo. Las cortinas se corrían de delgadas a anchas entre los aterciopelados dedos de la chica. Un discreto perfume de mujer recorría cada pared como aconsejando comodidad y sugiriendo que era éste el dormitorio principal. A partir del momento en que la Castaña se relajó, sobre la cama con su nuevo look de lisos y febriles cabellos azabaches rodeándole discretamente la espalda, Deep Black supo que era una invitación a quedarse como si ella fuera la que estuviera esperando ese momento de su vida.
Se quedaba a oscuras y en silencio el techo de la alcoba, permanecía sutil el ingrato clima de su desnudez, la Castaña de lisos negros recostada en el pecho de Deep Black aún gastaba su aliento en perfumar de suspiros el gozo de permanecer tan juntos, uno con otro. Pero debía poner fin al llanto que le acontecía en los cimientos de su alma, ella hace mucho que cargaba con una realidad ajena de sí. Conocía el fin de la tortura porque era un camino empedrado con intenso final carnal, y allí, cuando el éter de su encaje se enredaba de nuevo sobre el marfil tibio de su piel, rogó ser escuchada y lo fue. Deep Black conservó cada palabra en silencio, como almacenando agua en un vaso, sabiendo que cuando ya no hubiera más agua para llenarlo, sería él quien tomaría la responsabilidad de acabar con sufrimientos que le perseguían a él, así como a su amada de volcánicos retazos sobre vainilla.
Así se entregó ella al altar de su casa, sin saber que era sacrificio, y él la tomó como quiso siempre, pero sin esperar más que el gusto de vivir su vida tal y como la conocía hasta ese momento. Ella murió sola, porque no quería engendrar a quien no reconocería su lado paterno, él murió solo, en la celda, pero de vejez por callarlo todo. Se contentaban en su lecho de muerte, porque esperaban ansiosos que la vida que conocían, les consideraría para la próxima, una casa estilo canadiense, compartiéndose el tiempo que tanto desperdiciaron en esta, sus hijos esta vez serían fruto del amor entre los dos y gastarían cada alba para ser más pareja que lo que fingieron carnalmente en el primer intento.
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El único secreto que no se compartió en el destino de estos dos amantes sin fortuna, fue que Deep Black no se suicidó inmediatamente después de ejecutar a la Castaña de hebras oscuras. El consentimiento que le hizo ella a su asesino amante no concuerda con hacerlo vivir hasta su senectud. Algunos creen que Deep Black recobró algo de cordura tras ver a su amada tendida sin pulso entre la claustrofóbica alcoba, otros creen que, al contrario, Deep Black por ser algunos años menor en edad que la Castaña, deseaba ser mayor al momento de su muerte para agradar en su otra vida, con sorpresa, a su idílica mujer; esas razones ya no tendrán importancia entonces.
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